Mi madre no decía que tenía la regla. A ella, la visitaba «la tía María». Así es como mi madre y sus amigas llamaban de jóvenes a la menstruación. Cuántos eufemismos se han utilizado y aún hoy se emplean para no decir su nombre.

La regla forma parte de la sexualidad femenina, y por eso es considerada un tema tabú. Se dice que la regla nos hace mujeres o que tener reglas dolorosas es normal. Sin embargo, es mentira.

El desconocimiento impregna todo lo relacionado con la menstruación, nuestros órganos genitales, el embarazo o la menopausia. Históricamente, la regla era vista como una cosa sucia, que nos hacía impuras, algo de lo que nos teníamos que esconder y avergonzar. He aquí la herencia del sistema patriarcal.

¿Cuántas veces hemos oído que si tienes la regla no te puedes bañar, mantener relaciones sexuales o hacer deporte? ¿Por qué en los anuncios el líquido que imita la sangre menstrual es azul? ¿Por qué muchas veces no hemos pedido una compresa o un tampón en voz alta? Todo esto forma parte de los prejuicios que rodean la menstruación.

Tener la regla es normal y hablar de ella públicamente también lo debería ser. Lo reivindica Erika Irusta en su libro Yo menstrúo, en que aboga por politizar la menstruación y reapropiarnos de la misma, ya que esta ha sido definida por una sociedad machista, que la menosprecia y estigmatiza. «El problema no es la menstruación como función corporal, sino quién menstrúa en esta sociedad. Ya que los cuerpos que menstrúan no son los cuerpos que han creado el relato menstrual», escribe.

¿Qué pasaría si los que tuviesen la regla fuesen los hombres? Se lo planteó la periodista Gloria Steinem en un artículo en 1978. No había duda, apuntaba, si los hombres menstruasen, la regla sería motivo de orgullo, se hablaría abiertamente de los días que dura y de la cantidad que tenemos. Por suerte, las cosas empiezan a cambiar. Cada vez más mujeres hablan sin tapujos de la menstruación. «Tengo la regla, ¿y qué?». Lo personal, como dice el feminismo, es político.

*Periodista y escritora.