TEtl mundo está conmovido ante las multitudes que llegan a la plaza de San Pedro para orar por el alma de Juan Pablo II . No se sabe si todo es devoción o si la gente, ante columnata de tanto fuste, acude a apoyar la espalda y fortalecerse de la propia fragilidad.

Se mire a donde se mire, los dioses no han faltado nunca de la historia y es teoría vieja que siempre fueron recolectados de entre los mortales, por tanto no es difícil imaginar que tal vez el alma tenga un pellizco divino y sea natural en el hombre la aspiración a la trascendencia, al punto de convertirle en el único animal que mira al cielo.

La muerte del Papa, como toda muerte, describe la extrema soledad del ser humano, el abandono, la finitud y la debilidad que obligan a promover ámbitos de sociabilidad para salvar los abismos con los dioses. Nos dijeron que el amor y el temblor serían las tablas salvadoras y desde entonces, en riadas o en soledad, y sea cual sea la raza y el rezo, todo cristiano necesita saber con seguridad si los ríos, grandes o pequeños, llegan al mar. La duda, la inseguridad, la contingencia mueven las multitudes reclamando, como siempre ha sucedido en la historia, la respuesta de los dioses: tal vez sea el único modo de tener la espalda resguardada.

*Licenciado en Filología