Yo que estaba de acuerdo en casi todo con el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, no pude estarlo con una de sus afirmaciones más célebres: cualquiera puede ser presidente del Gobierno. Lo habría estado si con eso hubiera querido decir que democráticamente cualquiera tiene posibilidad de serlo, pero él quiso decir que cualquiera puede ejercer de ello eficaz y adecuadamente. No es así.

A lo largo de mi vida he recalado en suficientes ámbitos (empresa privada, administración pública, universidad, asociaciones sin ánimo de lucro, política, sindicalismo...), en algunos con altas responsabilidades y en otros en posiciones de base, como para intentar desarrollar una teoría intuitiva que cada día veo más refrendada por la realidad.

La gente con la que verdaderamente puedes contar, bajo perspectivas de verdadera exigencia, siempre está en torno al diez por ciento. A partir de ahí, hay mucha gente del restante noventa por ciento que puede aportar mucho y de valor, pero el núcleo duro con el que siempre puedes estar tranquilo nunca supera el diez por ciento.

Una de las perspectivas es la de la excelencia. Es fácil encontrarse con camareros que sirven bien un café, pero no más allá del diez por ciento saben servir un café perfecto. Son muchas las personas que se dedican a la limpieza, pero no más allá del diez por ciento saben dejar impecable una estancia. Por el Congreso de los Diputados ha pasado mucha gente desde 1977 pero no creo que recuerden ustedes muchos más allá del diez por ciento. ¿Cuántas películas o libros que uno intenta disfrutar resultan finalmente deslumbrantes? El diez por ciento.

Hay otra perspectiva que es aún más complicada, y donde ese diez por ciento anda en ocasiones demasiado justo para definir la realidad: la valentía. ¡Cuántas veces he sabido en un grupo de amigos que no apetecía ir a este o aquel sitio! ¿Cuántos se han atrevido a verbalizarlo? El diez por ciento. Si se fijan ustedes en un mitin de un partido político, es difícil encontrar a más de un diez por ciento de personas que no aplauden. ¿Esto es porque a todo el mundo le gusta todo lo que escucha? No, es porque solo el diez por ciento se atreve a expresar con su silencio exactamente aquello que está pensando. Si damos un paso más y nos fijamos en las personas que están dispuestas a jugarse su puesto de trabajo, cualquier tipo de privilegio o aunque solo sea su comodidad para luchar por el bien común o, simplemente, por lo que es justo, el diez por ciento nos podría quedar un poco grande.

La tercera perspectiva es la del esfuerzo. Hay mucha gente capaz de correr a diario un par de kilómetros, pero no más del diez por ciento está dispuesta a hacer el sacrificio de correr diez o doce. Seguro que cualquiera de los lectores ha dedicado algún tiempo de su vida a poner una reclamación por un mal servicio, pero no creo que encuentren a más del diez por ciento de personas de su entorno dispuestas a dedicar ese tiempo cada vez que se encuentran con un atropello. Mucha gente tiene muy claro lo mal que funciona casi todo, pero solo el diez por ciento está dispuesta a hacer algo que le lleve trabajo para cambiarlo.

Lo que pasa con la excelencia, la valentía o el esfuerzo (tres pilares sobre los que se construye una sociedad exitosa) podría extenderse a muchísimas parcelas de la realidad y, si observan atentamente desde la lectura de este artículo, nunca encontrarán muchas personas más allá del diez por ciento para llevar a cabo grandes transformaciones, ejercicios disruptivos, hazañas éticas o intelectuales, o pequeños gestos cotidianos que vayan más allá de lo previsible.

Si la sociedad es tan difícil de cambiar es porque las modernas democracias occidentales asientan su legitimidad sobre una masa ciudadana que en el fondo no demuestra verdadera pulsión de cambio excepto en momentos traumáticos. Las transformaciones suelen venir siempre de ese diez por ciento que, por su propia inferioridad numérica, raramente puede imponerse, también salvo excepcionalidad. La supervivencia del mundo según lo conocemos pasa por aunar virtuosamente la legitimidad democrática de las mayorías con la entrega del poder al diez por ciento de la gente que sabe lo que hacer con él, que se atrevería a hacerlo y que quiere sacrificarse para hacerlo.