Coloquialmente, para los científicos, se llama teoría del caos a la rama de las ciencias exactas, principalmente física y matemática, que trata sobre comportamientos impredecibles en sistemas complejos que cambian o evolucionan con el estado del tiempo y con las particularidades del o de los sujetos.

Coloquialmente, para los de a pie, la teoría del caos, es simplemente «sálvese quien pueda, que esto no tiene ni orden ni concierto». Pues acabo de resumir la vuelta al cole no en Extremadura, en toda España. Y si alguno me tacha, y le daría la razón, de gremialista, es que a estas alturas, ya no somos sólo los docentes los que ni sabemos, ni conocemos cómo empezar la vuelta al «cole» a una semana vista, es que ni padres ni madres, alumnos y alumnas, ni siquiera el Corte Inglés, saben qué va a pasar.

Una vez derivada las responsabilidades a las Comunidades Autónomas, por parte de nuestro presidente del Gobierno, que para eso ha andado listo, es decir, las culpas a los demás, que yo no quiero saber nada que acabo de volver de vacaciones, y además me despreocupo de mis obligaciones, que la asuman otros, los fracasos, claro. Todo esto sumado a la inacción de nuestro Ministerio de Educación, o de nuestra ministra Celaá, que sabiendo lo que se avecinaba, ha estado ausente durante todo el tiempo que ha debido estar presente, han convertido la vuelta al colegio en la teoría del caos, impredecible por muchas matemáticas y físicas de metros, termómetros, burbujas o experimentos con gaseosa que se hagan.

Y sí comparto el miedo de muchos padres y madres, yo soy padre. ¿Quién me garantiza que mi hijo no se contagie y contagie a mis seres queridos? ¿De quién sería la responsabilidad si se me obliga a asistir como alumno o docente o tutor/padre/madre al centro educativo y me contagio? ¿Puede sanidad prohibir grupos de diez personas del mismo ámbito familiar y a su vez permitir grupos de alumnos de veinte o veinticinco sin ser responsable de las consecuencias?

Señores, la teoría del caos. Todos a probar y ya iremos evolucionando según se comporten los acontecimientos. Pero mientras tanto, nuestros docentes, muchos personal de riesgo y con edades avanzadas, no se merecen ser números estadísticos para evaluar la evolución de la teoría del caos, ni nuestros alumnos y alumnas, ni sus familias.

No podemos evitar lo inevitable, es cierto, ni podemos cerrar las escuelas a día de hoy, también es cierto. Pero sí podíamos haber dedicado estos meses a planificar una vuelta segura, conocida y confiable para toda la comunidad educativa. Dedicar esa ingente cantidad de millones, de Europa y del Gobierno Central, a reducir los riesgos con aulas de máximo doce alumnos (dependiendo de los espacios, y si no, buscándolos que tiempo ha habido), contratando no al doble ni al triple, a los justos y necesarios, flexibilizar la autonomía de los centros para dotarlos de libertad curricular y optimizar los recursos personales permitiendo a esa población de riesgo trabajar como docentes desde casa si sus condiciones de salud o edad así lo aconsejaran.

Las escuelas deben abrir, cierto. Los docentes queremos la escuela presencial, cierto, pero lo que nuestra Educación no puede permitirse es la teoría del caos.