TSti los síntomas del miedo son sudores fríos, sensación de ahogo, angustia generalizada y ganas de salir corriendo, lo mío está clarísimo: me aterrorizan los compromisos sociales. Y cuando digo que me aterrorizan es así, literalmente, o sea que me dan más miedo que una película de Freddy Krueger en 3D, porque todo eso es lo que siento cuando tengo que acudir a alguna ceremonia, reunión o acontecimiento por obligación, por complacer a otros o simplemente por quedar bien. Y sé por qué me pasa.

Es porque en la mayoría de los actos sociales no me reconozco, soy otra persona. Y, seamos sinceros, ver a un desconocido usurpar tu cuerpo es, al menos, inquietante. Así que, sin querer, me encuentro en una boda simulando una alegría desbordante aunque no conozca ni a los novios y me vea obligada a bailar el Aserejé subida a unos tacones de tres pisos, o en una cena de empresa aparentando que me cae bien el insoportable trepa del departamento de contabilidad y abocada a darle un abrazo hasta a la bruja de recepción e incluso a beber de su gin tonic, y eso que el día anterior se lo hubiera llenado de cianuro, o casi mejor de polonio que es más fashion.

Caretas y sonrisas de plástico que siempre me hacen temblar. Pero ya tengo la solución: para tener la agenda de eventos convenientemente saneada y, además, sin sentir ningún remordimiento, no es necesario ser un maestro del escapismo como Houdini . Basta con creer en la teoría de la reciprocidad: si para la parte A es un compromiso es porque para la parte B también lo es. Es pura lógica. Y, no lo dudes, casi siempre es verdad.