Elemental, Doctor Watson» es la típica frase cincelada y esculpida en el frontispicio del saber común. Sherlock Holmes, en realidad, nunca la pronunció. Pero eso no importa: de poco vale decir que no aparece ni una sola vez en las narraciones de Arthur Conan Doyle. Y que si ha llegado a nosotros ha sido gracias al cine y su innata capacidad de regalarnos eslóganes para incorporar a nuestro lenguaje.

La (apócrifa) cita es, además, una suerte de menosprecio al secundario eterno, Doctor Watson. Como si no fuera ya poco estar a la sombra de la «mente más brillante de su generación» (las comillas son todas mías, pero la frase le firmaría el propio Holmes). Te tienes que tragar el latigazo de «elemental». Es decir, tú no lo ves porque no llegas. Pero los demás, claro que sí (nos lo explica generoso Sherlock).

Jordi Évole tiene más de elemental, de básico, en sus planteamientos, de lo que él mismo estará dispuesto a asumir. A menudo sus programas se rellenan de fanfarria, de escenario, de iluminación y pura escenografía. La realidad, me temo, está entre bambalinas. Pero es un lugar más oscuro y herrumbroso que, seamos claros, vende menos. Pero es un periodista inteligente, sagaz, que sabe bien qué plantea y a quién dirige su espectáculo.

Sabía que para Pedro Sánchez la entrevista del domingo era un regalo. Un desahogo. Pero también conocía que se enfrentaba a la presencia de un animal herido. Herido en su orgullo, básicamente porque es el objetivo más fácil en él, dada su desmesurada extensión. Por eso, Évole no aguijoneó, no quiso contradecir, casi entrevistar. Le dejo la extensa sabana para que oteara y buscara presas. Y aquél usó su método habitual de caza. Elemental.

Según Sánchez, su «no presidencia» se debe a las presiones del (bendito) Ibex-35 y el entramado político-económico del país. Esto, convendrán, no es nuevo. Ni ahora ni antes. Ni cuando algunos hablan de casta, y otros hablaban de conspiración judeomasónica. Así que no vamos a perder mucho tiempo en desmontar esta falacia (por ser elegantes). Ya se han encargado otros. Lo único que le hubiera inquirido al exlíder es el nombre de esos gerifaltes que son capaces de torcer la voluntad de los otrora irreductibles miembros de Podemos, hasta hacerles votar «no» a su intento de investidura. Más que nada, por saber. Y por si hay que volver a llamarles.

Según Sánchez, su «no presidencia» se trunca desde un partido secuestrado a sus militantes. Aquí reconozco que me asaltan dudas, ¿cuándo dice «sus» militantes, se refiere exclusivamente a los suyos o los del partido en sí? Si comprende a todos los del PSOE puedo entender que sean representativos. No de los votantes socialistas en España, que son diez veces más al menos. Pero sí algo. Si nos referimos exclusivamente a los que le apoyaron a él, me recuerdan a aquella frase de John Le Carré: «hacía más frío con los pocos que estábamos que si sólo hubiera uno». La insignificancia de la pataleta.

Obvia Sánchez que ese giro en su partido no se produce porque sí. Claro está, él prefiere y se acoge al (elemental) argumento de que se han sucedido maniobras orquestales en la oscuridad para moverle la silla. Las que no hubo cuando sacó 90 escaños (récord negativo del PSOE) e intentó formar un gobierno que las matemáticas (¡Y el Ibex, perdón!) le negaron. Tampoco hubo especiales manifestaciones cuando, en la mal llamada segunda vuelta, no se apeó de una sola de sus arraigadas tesis políticas y, sin embargo, sí se bajaron unos cuantos más (85 escaños. Nuevo récord).

Obvia Sánchez que la incomodidad en su partido nace cuando ven que su «no» a Rajoy ni es sanitario ni tiene plan B. Porque, más que las terceras elecciones, lo que daba miedo en el partido es la deriva mesiánica de un líder dispuesto a pactar con Podemos (y su indisimulado desprecio al PSOE) y con nacionalistas de corte más radical. Y a defender una apertura terminológica sobre el concepto de España que no es más que una excusa para mendigar unos escaños más.

Desconoce (o eso dice) Sánchez que el verdadero problema es que sus propios compañeros y votantes no se reconocían en su mandato y en las posiciones a las que les llevaba. Y que se comprueban en el penoso, en más de un sentido, debate de investidura. Una muestra más de cómo la egomanía, la ligereza y el infantilismo han anudado en nuestra clase política.

Era todo elemental, Pedro. Eso sí, quizás no en el sentido que tú lo has querido dar.