Cuando se produce una tragedia --la desaparición de un ser querido por ejemplo-- por mucho que lo intentemos jamás podremos ponernos en la piel de quienes la sufren directamente. En el mejor de los casos, intentaremos imaginar el dolor que sienten y, a partir de ahí, mostrarles nuestra solidaridad y apoyo. Lo único que no podremos, nunca, es experimentar el mismo dolor. Excepto, claro, que hayamos sufrido -o estemos sufriendo-- una amputación semejante. Solo en ese caso se puede graduar el dolor que sienten los afectados; idéntico al nuestro.

Más de una vez he pensado en el dolor, y la frustración, que debe estar sintiendo la familia de Francisca Cadenas desde su desaparición hace ya dos años. Dolor por una ausencia, tan prolongada y cruel como inexplicable; frustración, también, por no saber nada de ella y pensar, desde su dolor, que quizá no se está haciendo todo lo que se debía; o se podría. Todas las veces que he pensado en el suceso y sus desconocidas circunstancias, a lo más que he llegado es a la confusión; o la extrañeza más absoluta.

Confusión y extrañeza basadas en el hecho de que conozco muy bien Hornachos, un pueblo tranquilo y amable, a pocos kilómetros del que yo nací, en el que vive una parte importante de mi familia, vivió mi padre y yo mismo pasé un año que recuerdo con mucho cariño. Desde ese conocimiento del pueblo y sus habitantes, no puedo entender lo sucedido. Y me afecta, aunque no conozca a Francisca y su familia.

En casos como éste, al tratarse de un pueblo relativamente pequeño, lo habitual es que se abran paso las especulaciones, sobre el suceso y sus posibles responsables, cuando no los bulos infundados y de mala fe. Y crueles que, además de hacer daño a los allegados, pueden enturbiar las relaciones entre vecinos. Por eso me han impactado las declaraciones del hijo de Francisca que he leído en El Periódico. Unas declaraciones llenas de sentido y ponderación, pese al dolor inmenso que debe sentir por la larga ausencia de su madre.

Un dolor que, él y su familia, solo podrán paliar en parte con la esperanza de poder encontrarla con vida; por difícil que pueda parecer ahora. Y abrazarla. A mantener viva esa esperanza les estarán ayudando mucho, sin duda, el cariño y la solidaridad que están recibiendo de sus vecinos (que dos años después la siguen buscando) y de manera especial, como el hijo ha dicho, por parte de los familiares de Manuela Chavero, desaparecida también en circunstancias muy parecidas, y los de otros desaparecidos.

Mirado desde fuera, quizá no lleguemos a entender la esperanza de la familia, pero es lo único que tienen, y se aferran a ella con fuerza, anteponiéndola a lo que, seguramente, dicta la lógica externa. Creo que hacen bien, como que sigan confiando en el trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que, seguro, están haciendo lo que pueden y más para resolver el caso. Un caso que, estoy seguro también, no será para ellos un expediente abierto más. Sobre todo, porque el contacto permanente con la familia habrá convertido la investigación en algo propio, que les afecta directa y personalmente a todos y cada uno de quienes participan, con el máximo sigilo, en una investigación muy compleja sin duda.

A estas alturas, solo espero que la investigación dé sus frutos y, a ser posible, que concluya con el regreso a casa de Francisca. También, y no menos importante, que los momentos de angustia actuales no desemboquen en la quiebra de la convivencia de los hornachegos, gente amable y hospitalaria según mi experiencia personal. Para ello sería deseable desterrar habladurías y maledicencias, tan habituales en los pueblos siempre, que, por desgracia, Internet ha multiplicado exponencialmente.

Creo honradamente que ahora no es tiempo de señalar a posibles sospechosos, que de eso se ocupan los investigadores, sino de seguir buscando a Francisca para devolvérsela a su familia y, no menos importante, brindarles el máximo apoyo para que no pierdan la esperanza de encontrarla con vida. Lo mismo digo para Manuela Chavero y sus familiares.

En ambos casos, creo que brindarles nuestro cariño y solidaridad a ambas familias es una cuestión de humanidad y aunque, como decía al principio, nunca podremos ponernos en su lugar, al menos debemos compartir su dolor por las ausencias y mostrarles una solidaridad sincera. Algo que, en el caso de los habitantes de Hornachos, está sucediendo. Porque los conozco.