Para entrar en España un inmigrante africano puede hacer dos cosas. O intenta atravesar en barcaza el Atlántico hasta Canarias, con el riesgo de perecer en el océano; o se dedica al salto de la valla de Melilla con el riesgo, bien de no contarlo, bien de convertirse en un cadáver viviente.

Y a Melilla que nos fuimos unos días, al reencuentro de amigos y de lugares queridos. Y a constatar que los problemas son los mismos. Y las presuntas soluciones, el filferro de la vergonya (el alambre de la vergüenza, que dice Mónica , mi amiga periodista catalana), más altas, con más pinchos, con triple vallado y con un temible foso en medio.

Recorría la valla con dos amigos periodistas. Uno recuerda los saltos a la alambrada de hace un año, ¡qué desastre! . Los heridos; los muertos; el acoso de las fuerzas del orden; los sufrimientos; las historias de las vidas rotas y de las vidas buscando algo mejor; las peripecias de Francis ; los lloros de Sekou ; las promesas de Douglas de que trabajará y duro y será buen español. El otro vio los pinchos asesinos y soltó, "si hay que poner un freno, porque algo hay que hacer, que aquí y en Canarias estamos solos los españoles tragándonos toda la movida; si hay que contener esto, digo, pues que pongan un muro como es debido"; y añadió al ver nuestros rostros interrogantes, "ya sé que suena mal, pero dejemos de ser hipócritas, si alguien ve una gran pared de hormigón quizás se olvide de cruzar o busque otro lugar por donde colarse en Europa. Desde luego cualquier cosa mejor que estos hierros que parecen de un campo de tortura y que sin duda provocarán nuevas muertes".

Hablando con estos dos queridos amigos --que son algo así como la conciencia tintando el realismo , el uno; y el realismo dejándose hacer por la conciencia, el otro-- quedaban al descubierto cosas que ya sabemos y de las que no queremos darnos cuenta. Se ha abandonado Africa a su suerte y ahora nos pilla todo en cueros; a unos denunciando la situación, como ya la denunciaban hace años y nadie les hacía ni caso (¡qué pesados son los antiglobalización!); a otros mirando para otro lado y desdeñando las imágenes televisivas y sin imaginar, o sin querer hacerse una idea, las imágenes que no salían en los medios pero que eran, y son, más reales aún que las televisadas; y a muchos, despistados, y qué pena, y quiero y no puedo.

Ha pasado un año, y ahora los negros mueren en el Atlántico, se hacinan en Canarias y deambulan como zombis por los parques de todo el país. Y lo único que hacemos es poner parches. Y mientras tanto la Unión Europea se rasca la barriga. Y la ONU también. Como siempre.

*Periodista