Aquella noche no se podía dormir, daba vueltas y más vueltas en la cama. A tientas encendió la luz de la mesilla de noche: las cuatro.

Por la tarde nuestro hombre, al volver del trabajo, vio los comercios abarrotados de gente que entre música y villancicos compraban regalos caros e innecesarios. Vio también que en los supermercados se abastecían de comida hasta llenar dos o tres carros, como si se temiera que se aproximaban siete años de hambre.

En la calle, las estrellas y luces de colores inundaban de luz el frío ambiente; y en algunos balcones trepando por las rejas como si quisieran entrar en las viviendas, los barbudos hombrecillos de vestido rojo; nueva costumbre que se va extendiendo a través de una conocida marca de bebida. El muñeco en sí es un mal educado pues siempre nos da la espalda, claro que de frente parecería suicidio.

A nuestro hombre, en medio de su insomnio, todo le parecía absurdo; como si el mundo fuese un inmenso hormiguero en cuyos habitantes se había asentado la locura.

Se quedó por fin dormido, y en un plano más elevado observó como en la proyección de una pantalla que se abría un sello. Salió un caballo negro. Su jinete tenía una balanza y su sombra se reflejaba sobre la piel del mal llamado Tercer Mundo. Era el Hambre. Se le oyó gritar: "Un pan por un euro. Per... sin pan no hay dinero. Otras partes del Planeta lo acapara y derrocha. Son los de ideas subterráneas.

Luego entró en la razón de que todo se justifica: desde el error de los jueces y la miopía de los políticos ante la desigualdad humana, hasta la lentitud de la ONU en solucionar la pobreza; esa lentitud que parece que pisa dos veces la misma baldosa, a la vez que se deja aconsejar y agiliza sus pasos ante otros derechos humanos...

Cuando se levantó, tenía un terrible dolor de cabeza. Comprendió que el árbol navideño que había colocado en su casa, no tenía sentido y lo recogió. Igual hizo con el belén; pero en un último momento decidió dejar sólo el Niño Jesús. Y así quedaron ambos mirándose fijos largamente en su soledad e incomprensión.

José Gordón Márquez **

Azuaga