Desde niños hemos soñado ser pacificadores cambiando la discordia de nuestro mundo en música de unidad. Hoy, a pesar que la experiencia nos ha enseñado que el ayer es solo la memoria del hoy y el mañana el ensueño del presente, nos seguimos preguntando: ¿Por qué este trágico destino de la humanidad de tener que buscar la paz con la violencia? Yo no dudo que tiene más trascendencia un acto de amor y perdón, que un hecho feroz y violento. ¡Hay tantas verdades ocultas tras cada lágrima-!

Diariamente llega hasta nuestras casa el termómetro de la violencia, que sube a medida que se eleva la voz con palabras ofensivas y estalla, cuando la agresión culmina ya sin palabras, en el asesinato, individual o colectivo.

En esa escala termométrica son hitos: los esposos que mutuamente alzan la voz con insultos, agresiones y muertes; el superior que acompaña su orden con amenazas; los que insultan y humillan con expresiones envenenadas...

Hasta de las escuelas llegan noticias de alumnos que se atacan o la emprenden contra algún profesor.

Está el caso insólito de la abuela que de un cabezazo parte el labio a un profesor y el inmisericorde de aquellos menores, que queman la casa con el pobre viejo dentro.

Resulta sintomático que todas las leyes y reglamentos, bases y estatutos, dediquen un apartado a las sanciones contra los transgresores.

Es verdad que hay violencias legales que gozan del refrendo de la comunidad, pero este mismo hecho viene a confirmar que, en definitiva, toda la escalera del derecho descansa en la violencia. Hay que preguntárselo muy en serio ¿ por qué sucede que aquellos países que, después de siglos de violencia parecen haber alcanzado un más alto grado de tranquilidad, se ven amenazados por la ola--ancestral y recurrente-- de violencia de individuos y grupos delincuentes, agresivos terroristas, secuestradores?

El punto arranque de esta creciente espiral de violencia parece ser el convencimiento íntimo de que cada hombre es un enemigo, cada país un agresor. Parece como si hubiésemos organizado la vida en la hipótesis de que el hombre es un lobo para el hombre . Y como tantas veces pasa, la misma hipótesis prejuzga la solución. Por eso no hay otro camino, si queremos la paz, que cambiar de hipótesis. Si partimos de que el hombre es un enemigo lo tratamos como tal. La verdad es que el hombre es mi hermano ; así no cabe violencia sino amor.