Tras el aluvión de datos de la noche electoral, un análisis más sosegado de los mismos deja entrever que la victoria de Fernández Vara es más profunda, incluso, de lo que dan a entender los 38 escaños conseguidos en el Parlamento. Un dato: en el año 91, Rodríguez Ibarra obtuvo un diputado más que ahora, pero con 35.000 votos menos. Otro dato: en las elecciones del 2003, el ahora presidente en funciones batió su récord de apoyos: 341.000 papeletas. Su sucesor obtuvo el domingo 7.000 votos más. Un tercer dato: Vara ha logrado casi 43.000 votos más que la suma de las candidaturas locales de su partido. A tenor de estos hechos poca duda cabe de que los extremeños han otorgado al hasta ahora consejero de Sanidad un caudal de confianza que, a tenor de lo que ha hecho en las primeras horas, está sabiendo gestionar con prudencia: volvió ayer a ofrecer al PP su disposición para consensuar los temas importantes --de agricultura, educación y de renovación del Estatuto--; mandó al secretario de Organización, Ramón Ropero, a que buscara un acuerdo con Izquierda Unida para alcanzar mayorías de izquierda en los ayuntamientos en que las dos fuerzas sumen concejales suficientes para gobernar; y se previno de la posibilidad "de morir de éxito" ante el halagüeño panorama que han dejado las urnas el domingo.

El terremoto electoral que ha producido la victoria de Fernández Vara se ha dejado sentir con especial virulencia en el PP. El candidato popular, Carlos Floriano, se ha comportado como un líder responsable. Se podía haber refugiado en el engañoso aumento de un diputado --es como una victoria pírrica, inútil por tanto, respecto de la fuerza anterior--, pero ha hecho el análisis que corresponde a un político serio: ha perdido las elecciones y, por tanto, ha manifestado que no volverá a ser candidato, en un gesto que parece ser que es el primer paso de su retirada de la primera línea de la escena de su partido. Así debería ser interpretado, porque no tendría sentido que el PP volviera a presentar a alguien que ha perdido en dos ocasiones --la del domingo pasado, además, se presentaba a priori como la mejor oportunidad para coger el tren de la alternancia--, ni que el cabeza de cartel electoral y candidato a la Presidencia del gobierno autónomo fuera distinto al del partido. El PP, por tanto, se encuentra a las puertas de un proceso de renovación, que es lógico que desde el ´aparato´ del partido se quiera llevar con tranquilidad. Incluso Pedro Acedo, eterno candidato, se refirió ayer a ese proceso, pero evitó hacer sangre.

La salida de Víctor Casco de presentar su dimisión como coordinador de Izquierda Unida también se antoja la única posible: su posición era insostenible después de sufrir el más importante revés de la historia autonómica y quedar fuera del Parlamento. La oposición a la refinería se vislumbra como el factor que ha desembocado en la muerte política de Casco: es la primera víctima de la planta industrial. Dos datos refrendan esta apreciación: en las zonas donde el factor refinería era determinante, sus partidarios han ganado por encima del resultado obtenido el PSOE en el conjunto regional; y la IU local ha perdido apoyos pero, menos condicionada por su oposición a la refinería, se ha mantenido con el 5,59% de los sufragios. Con ese resultado Casco estaría tendría un escaño en la Asamblea.