Tendremos que revisar algunos conceptos del lenguaje. Es como un ser vivo: cambia, se modifica y se reproduce. Las equivalencias de un momento no son las mismas al cabo de un tiempo. Reflexiones de una calurosa noche de este verano son las que han llevado al columnista al convencimiento de que ya no tiene sentido la interpretación de que hablar del tiempo es mantener una conversación sobre algo anodino e insustancial.

Se decía hasta ahora que hablar del tiempo era lo propio en el ascensor. Un recurso para no parecer huraño o introvertido. Todo ha cambiado este verano, cuando el calor se ha convertido en el primer tema de conversación. Los centros sanitarios están saturados, aparecen complicaciones en el organismo con las altas temperaturas y la ciudadanía habla más del calor que de la neumonía atípica, que hace unos meses estremeció al mundo y a la que tanta atención prestaron los medios.

Se habla con pánico del calor y uno recomendaría a los responsables de la información meteorológica de las teles que dejaran de sonreír cuando nos ponen al corriente de las temperaturas registradas en el país. Cada noticia ha de tener una expresión propia en el rostro de los informadores. Si hay una cara adecuada para defunciones y declaraciones de guerra, la ha de haber también para las noticias meteorológicas de signo catastrófico. No se aceptaría una expresión risueña para informar de una epidemia de cólera. Tampoco, pues, la sonrisa es adecuada para anunciar unas temperaturas que tanta gente sufre. Hablar del tiempo ha dejado de ser una intrascendencia y el dibujo de las isobaras sobre el mapa puede causar alarma social.