Periodista

Seguir el sendero es lo más fácil y cómodo y a estas alturas de la vida tampoco estamos para muchos esfuerzos. "Un pueblo se siente unido cuando se enfrenta a una crisis". Y el PP hace suyo este axioma. Al igual que utiliza los axiomas de Lenin que copiara Goebbels, reconvertidos: Repite una mentira mil veces y se convertirá en verdad. Ahora, gracias a la tele oficial y pública, a algunas radios y numerosos medios impresos gubernamentales, se multiplica por millones de veces. El peligro viene de Cataluña y el País Vasco... y de Andalucía, y de los que quieren reformar sus estatutos de autonomía.

"La patria está en peligro" --remedo simplista del 2 de mayo-- y la mayoría de los patriotas , que no son de esas comunidades, se unen. Me duele España, resurge la voz del 98, de Unamuno, tergiversada. Una parte de las Españas , precisamos.

¡Lo que importa es la economía! Amén.

Y todo es verdad o mentira, según... Campoamor, que versificó a Quevedo, que a su vez se inspiró en los clásicos griegos. Ellos, que inventaron la República, pobrecitos.

Si uno no llega a fin de mes, le importa un bledo el sistema de financiación autonómica. Si uno está en paro, lo único que quiere es encontrar empleo. Si se es joven y el sueldo no da para alquilar o adquirir una vivienda, los estatutos de Cataluña, País Vasco o Andalucía son algo intangibles y lejanos. E incluso, ridículo en la peripecia vital. Si cobras una pensión que te hace malvivir, maldices la política. Si un familiar tiene alzheimer, u otras enfermedades similares, te ahogas en la impotencia y en la desesperación.

Pero si el mundo se reduce a la economía, vamos de cráneo. Porque el que no produce, según las leyes vigentes, se hunde, o le hundimos. Y los señalados, hasta la saciedad, lugares paupérrimos de Africa, Asia, Iberoamérica, también están en los barrios marginales de nuestras ciudades. Ahí mismo, a tu ladito, tras las fuentes luminosas que a todos nos gustan.

Porque no hay respuestas para todo. Pero debe de existir un orden moral, una priorización que refleje las conductas, que ordene la convivencia, la vida en sociedad. Vivimos tiempos de elecciones. Desde hace 25 años, los españoles, afortunadamente, estamos acostumbrados a estos procesos en los que se nos pide el voto. Sucede que entre las autonómicas, municipales, generales y europeas, el ciudadano, nada acostumbrado a la participación tras los cuarenta años de dictadura de Franco, empieza a ir a la urnas por rutina, sin excesivo convencimiento. Al fin de cuentas, apenas participa. La llamada sociedad civil es una entelequia. No funciona, por errores heredados, por falta de convicción o por ausencia de oportunidades. Al poder le interesa más la docilidad; la aquiescencia, cuando no la vulgar sumisión.

O revitalizamos el sistema o tendremos (ya los tenemos) formas presidencialistas, simples dictaduras, en los distintos apartados de los ejecutivos: en la nación, en las autonomías, en los ayuntamientos (según el carácter y el signo político de cada uno de los elegidos democráticamente). Y como los tiempos han cambiado, que no las intenciones, habrá que adecuar y salvaguardar los sistemas de traslación al pueblo de la forma de gobernar. La revitalización del Parlamento (eje clásico de la democracia) y la pureza de los poderosos medios de comunicación-opinión, pueden ser dos de los primeros y fundamentales objetivos. Luego, puede ser el propio sistema electoral, la elaboración de listas, la revitalización democrática de los partidos, etcétera. Pero, ante todo, demostrar al pueblo que en la democracia se cuenta con él. A menos que nos interese de que todo siga como hasta ahora, con el paripé de que estamos inmersos en un gobierno supranacional, imanado bien desde EEUU o bien desde Bruselas, como si no perteneciéramos al primer mundo, al de los selectos que eligen su destino en aras a su libertad.

¿O es que eso de la libertad es, también, una filfa?