TLtos periódicos se fueron acumulando en el apartamento de Ambrosio, formando una pila que iba creciendo en la penumbra del cuarto trastero, durante todo el mes de agosto, hasta que sonaron los clarines de la partida y Ambrosio decidió cumplir con sus deberes de ciudadano reciclador. Antes de llevarlos hasta el contenedor azul, los fue ordenando en paquetes, pero le llamó la atención un titular y, como las tardes de verano son muy largas, fue releyendo titulares de las últimas tres semanas, y Ambrosio se quedó estupefacto. Por un lado, parecía que el PP era una banda que había organizado una pandilla de pirómanos destinados a quemar Galicia, y, por otra, que el nuevo Gobierno gallego estaba formado por una banda de irresponsables que habían decidido despachar a todo bombero que no supiera falar galego. No era el único caso. El problema de la inmigración podía deberse a la camarilla socialista o a la imprevisión de la caterva pepera, según quién hiciera las declaraciones.

Hubo un instante en que Ambrosio se quedó estremecido por la posibilidad de que ambos juicios fueran ciertos y él y su familia tuvieran que vivir entre el odio de la horda del PP y la turba de revanchistas del PSOE. Recordaba el día de su primera comunión, cuando su padre y su tío Amadeo, hermano de su madre, comenzaron a discutir porque al uno le habían matado a su padre por ser de UGT y, al otro le habían matado a un tío carnal por haber estudiado en un Seminario, con sólo 19 años. Ambrosio decidió arrojar los periódicos como si con ello arrojara las preocupaciones y, cuando regresó en el automóvil, y vio la mar inalterable, el Mediterráneo de siempre, con un ligero levante que salpicaba de puntillas blancas las azules aguas, reflexionó en que quizás los partidos políticos estaban inmersos en el error de pensar que sólo las exageraciones son comprendidas por el vulgo. Les pasaba también a los curas con el infierno. Sonrió. Se había liberado del miedo al infierno. Esperaba liberarse del miedo a los políticos.

*Periodista