Los economistas nos tenían acostumbrados a explicarnos de manera clara e inteligente por qué no había sucedido lo que ellos habían previsto. Se equivocaban en sus augurios, pero era debido a factores inesperados, lo que venía a ser como el meteorólogo que ha anunciado lluvias y resulta que viene un anticiclón. No ha acertado, pero te explica los inesperados giros de la atmósfera, y te permite seguir teniendo fe.

Lo que nos haría perder la fe en el meteorólogo es que, tras la crasa equivocación, no se atreviera ya a hacer pronósticos, y sus previsiones fueran, no ya anfibológica, sino inexistentes. "¡Llover, llover! Lloverá o no lloverá. Hará frío o no hará frío. Depende de muchas cosas", diría el meteorólogo. Y cundiría el descrédito ante la profesión.

Aunque parezca hiperbólico, a los economistas les está sucediendo algo parecido. Primero, no anunciaron lo que venía. Segundo, cuando vino tampoco explicaron como otras veces las causas. Y, tercero, no se ponen de acuerdo en la duración de la borrasca. Dijeron que un año; luego, dos; más tarde, tres, y ya ha salido alguno hablando de que la recuperación puede durar entre cinco y diez años, que es algo así, como si al preguntar por la cuenta del restaurante, después de comer, te dijeran que te iban a cobrar o bien cuarenta euros o bien ochenta.

Excepto el presidente del Gobierno --que no es meteorólogo ni economista-- y dice que esto es cuestión de unos meses, los más optimistas hablan de finales del 2010 como principio de la recuperación. A mí me gustaría creer al presidente, pero tengo la impresión de que Zapatero es tan bienintencionado que, de vivir los días del Diluvio, les hubiera dicho a los vecinos de Noé que eso iban a ser cuatro gotas. Sabemos lo que ha pasado, no muy bien por qué, y los meteorólogos, o sea, los especialistas económicos muestran sus confusas y contradictorias ideas con una gran seguridad.