El próximo año puede ser crítico para Europa. Los procesos electorales que deben afrontar varios países van a condicionar su futuro. Se presagia un enfrentamiento entre los partidarios de una economía internacionalizada y los que desean una vuelta a la estatización y a las medidas protectoras. La falta de liderazgo y la burocracia inoperante han hecho que proliferen euroescépticos y populistas. Uno de los aspectos más negativos de la UE son las relaciones internacionales. No contamos con una única voz en el mundo y nos movemos a golpes de péndulo en función de los intereses angloamericanos.

Un exponente claro es el TTIP. Bajo la falta de trasparencia de las negociaciones latía la cuestión de que el objetivo principal no era tanto eliminar barreras arancelarias -que son mínimas- cuanto suprimir los verdaderos obstáculos con que se encuentran las empresas americanas que comercian con Europa. Cuando todo esto ha salido a la luz, algunos dirigentes europeos han vetado su firma. Parece que al final será Trump el que nos ayude a bloquear definitivamente este tratado.

MEJOR SUERTE puede correr el acuerdo de libre comercio con Canadá, conocido como CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement). Este tratado es primo hermano del TTIP. De hecho iba a ser su prefacio. Sus defensores afirman que supondrá una oportunidad para las empresas europeas. Omiten que, pese a los últimos maquillajes, las pymes y los consumidores no encontrarán las ventajas que prometen.

El Brexit constituye otra incertidumbre. En cambio, el Reino Unido, una vez consume su abandono, va a tener libertad para negociar con la UE o explorar otras alianzas comerciales. Ya se habla de una posible aproximación a los países que integran el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Con esta unión comercial, Gran Bretaña podría obtener ventajas que harían desaparecer los efectos negativos de su salida de la UE.

La cooperación en Defensa también es otra asignatura pendiente. Varios países, entre los que se encuentra España, han pedido al resto de socios comunitarios un esfuerzo para dotarnos de más autonomía estratégica para resolver los graves problemas internacionales (terrorismo, refugiados). No se trataría tanto de crear otra alianza al modo de la OTAN, sino de proteger de forma más realista los intereses propios de Europa, que no siempre coinciden con los americanos ni, a partir de ahora, con los británicos.

Si de verdad queremos una Europa próspera, debe mejorarse la capacidad de decisión de sus órganos. Y esto solo será posible si contamos con dirigentes que crean en un proyecto europeo revitalizado y que sean capaces de convertir a Europa en una auténtica unión política y económica, pero sobre todo en una unión social donde primen los intereses de las personas.

* Catedrático de Derecho Mercantil