Entre los más antiguos se encuentran Platón y Aristóteles. El primero, aunque con melindres, aceptaba que los esclavos eran propiedad de su amo y que por consiguiente podían ser enajenados; para Aristóteles, unos hombres están destinados a la sujeción y otros a mandar, unos son por naturaleza libres y otros esclavos, una situación conveniente y justa. ¿Qué hacemos con estos energúmenos? Derribar sus estatuas creo que no merece la pena porque es muy probable que les falte un brazo o la nariz, preciso es ser más contundente, propongo que entreguemos sus libros a la convincente acción del fuego. Muerto el perro, se acabó la rabia, es verdad que andan sus obras diseminadas por aquí y por allá pero merece la pena perseguirlas porque todo lo que se haga por librar a la humanidad de la influencia de estos pollos será un homenaje al progreso y contra la crispación.

Estos días la prensa alemana se ha hecho eco de la polémica desatada en aquel país acerca de Kant. Resulta que mucho razonar sobre el derecho, el poder, la libertad, la razón y demás pero no se olvidó este hombrecillo provinciano de escribir sobre las razas y la influencia del color de la piel. Ya los nuevos soldados/as de la limpieza de la Historia miran las estatuas a él dedicadas en esas plazas alemanas -plazas bañadas de luna y nieves- con verdaderas ganas de derribarlas y no es para menos. Si incurrió en alguna incorrección, como es claro por sus escritos, procede embadurnarle la cara y al suelo con él.

Son estos algunos ejemplos pero hay tantos… Mozart, sí, ese austriaco a quien se tiene por un genio, resulta que se mofó de las mujeres con su música apoyado en libretos que decían perrerías sobre ellas, y lo mismo Rossini o Verdi, no digamos Wagner que tenía en la mesita de noche el libro de Gobineau sobre las razas humanas … ¿Qué hacemos con estos depravados? No vale con derribar sus estatuas, procede mayor energía vindicativa: clausurar los museos a ellos dedicados, destruir los discos que recojan sus obscenidades y, como colofón, acudamos a reventar las salas de conciertos o teatros donde se interpreten sus creaciones sombrías.

Hay que limpiar la Historia, manchada por Ejércitos infectos, hay que meter la Historia misma en los hondones de sus rincones oscuros, entre sus ruinas suburbiales, hay que sepultar sus fracasos y sus duelos, destruir el ayer para disfrutar de un hoy limpio, terso, solidario, transversal, intersexual, empoderado, inclusivo, resiliente … Por eso se impone avanzar, no detenernos, que las fuerzas oscuras de la reacción, de la caverna, no nos amilanen. Y en esa acción resuelta, litúrgica y justiciera se impone destruir también los palacios reales y las catedrales. ¿Alguien se ha parado a pensar que en su construcción los canteros trabajaban sin casco protector? Pues así era y por eso merecen que desaparezcan de nuestra vista para que no hieran nuestra sensibilidad. Pues ¿y las Universidades? ¿no se ha enseñado en ellas a santo Tomás y a una turbamulta de ignorantes crecidos en sus doctrinas torcidas, en sus prejuicios ultramontanos? Piqueta y a otra cosa …

Al final nos quedaremos con lo que nos interesa: los bares, los campos de fútbol, los locales de juego y los espacios amplios para botellones y mítines que, por cierto, son lo mismo. Un paisaje impoluto de corrección. Poblado -eso sí- de imbéciles.