WPw ocas veces ha sido posible anticipar lo que iba a decidir el Banco Central Europeo (BCE) con tanta antelación. Hace un mes, advirtió que el tipo de interés oficial que ha durado meses, el 4%, lo iba a modificar al alza. El jueves se confirmó, y hoy la tasa a la que presta el BCE al sistema financiero se ha encarecido hasta el 4,25%. Parece una contradicción ante lo que se estima como necesidad inmediata, que los bancos dispongan de dinero barato para ayudar a las empresas y reactivar la economía, que en Europa andan a trancas y barrancas. Y en el caso de los particulares, solo pensar en el efecto sobre las hipotecas aumenta la sensación de que la autoridad monetaria de Fráncfort actúa sin atender a la economía real. Pero las razones del BCE tienen su lógica. La inflación en los países que comparten el euro ha llegado al 4% en junio (en España, el 5,1%). Más de lo esperado, lo que obliga a revisar los tipos de interés para no caer en la contradicción de que sean inferiores a la inflación. Ha sucedido en algunos países, como en España, pero no es posible para el conjunto de la eurozona. También ha pesado la doctrina económica: es más difícil luchar contra la inflación que evitar una recesión. Y ahora, en el contexto de la economía globalizada, el aumento de precios, causado por el encarecimiento del petróleo y los alimentos, se ha convertido en la principal amenaza para el crecimiento duradero. En el caso particular de España, su IPC del 5,1% ha contribuido a la decisión del BCE, por lo que es hora de exigir más medidas para reducir la dependencia de los carburantes y mejorar la eficiencia de la distribución alimentaria.