Señores y señoras, salvo un giro inesperado, vamos a unas nuevas elecciones generales. El 10 de Noviembre se ha marcado a fuego en el calendario de los partidos políticos y las maquinarias se han puesto en marcha, sobre todo en el PSOE donde se piensa que ha llegado el momento de descabalgar a Podemos y asestarle un duro golpe a Ciudadanos. Los socialistas quieren tener el enemigo de siempre, el PP, y dejarse de nuevos partidos o aires frescos que solo traen constipados difíciles de curar. Así pues, la pose negociadora en la que anda metido el PSOE tiene mucho de eso, de pose, salvo que, de pronto, los acontecimientos y las encuestas le hagan recapacitar y consideren que unos nuevos comicios no van a suponer una victoria mayor, sino más bien lo contrario: una hecatombe.

La cuenta de la vieja no vale en demoscopia y tirar tanto los dados sobre el tablero puede conllevar que no salgan los números que uno desea. Porque toda contienda electoral supone un riesgo; abrir un melón como dicen los expertos, que puede que salga bueno o, por el contrario, bastante malo. Los acontecimientos cambian de la noche a la mañana hasta el punto de que lo que ahora son 123 escaños convertirse en muchos menos y, por contra, propiciar que sumen los que ahora no pueden.

Así pues, aunque esté feo decirlo, PSOE y Podemos negocian con un ojo puesto en la mesa y el otro en las encuestas. ¿Qué les interesa? A los primeros, quizás unas nuevas elecciones pensando en un ascenso de 25 o 30 escaños. A los segundos, claramente un pacto que les aleje por el momento de las urnas y les permita seguir manteniendo sus 42 diputados antes que perder la mitad. Los morados se hallan en franco retroceso en las encuestas. Sus divisiones internas no les favorecen, como tampoco la imagen que ha conseguido extender el PSOE entre la ciudadanía de que la culpa del no acuerdo no es propia, sino por el afán de sillones de Podemos.

En el bando de la derecha las cosas no son muy diferentes. El acercamiento del PP, Cs y Vox, dados los pactos de gobierno alcanzados en distintos ayuntamientos y comunidades autónomas, ha propiciado que la ciudadanía los meta en el mismo saco ideológico. La evolución de Ciudadanos en los últimos meses los ha alejado de esa indefinición en la que se hallaban cuando eran capaces de pactar tanto a la derecha como a la izquierda. Aunque hay excepciones, está claro que el partido de Rivera se ha derechizado, lo que permite despejar el centro izquierda de competidores para el PSOE. No digamos nada del PP de Casado, que ha tenido que acercarse a la derecha más extrema para parar la sangría de votantes a Vox. Con este panorama, ni a Rivera ni a Abascal les interesan unos nuevos comicios, no así a Casado que está deseoso por recuperar a todos los hijos pródigos que un día marcharon a nuevos partidos huyendo de los escándalos de corrupción.

Está claro que los populares saldrían claramente favorecidos con unos nuevos comicios. Solo pueden crecer dado que ahora están en su suelo electoral. ¿Cuánto? No existen estudios fiables, pero seguro que por encima de los 85 escaños. Parece claro que la fórmula popular de ‘España Suma’, la cual pretende la unión de las tres derechas, no va a fraguar. En particular por la postura de Abascal que entiende que se quiere «matar» a Vox. No obstante, no es descartable todavía, aunque no cabe duda de que traería cuantiosos problemas a la hora de confeccionar las listas. Si ya los hay con un solo partido, no quiero ni pensar cuando tengan que ponerse de acuerdo tres.

De todas maneras, quizás siga habiendo algo de cordura en la política española. A lo mejor existe un poso de responsabilidad y se alcanza un acuerdo que impida la repetición de elecciones. Porque los partidos, los políticos, no están teniendo en cuenta un hecho: el hartazgo de la ciudadanía. Una cosa es la militancia, que tiene obediencia debida y fervor por sus siglas, y otra el ciudadano común, quien ya veremos si acude a votar o, por contra, se desmoviliza tanto que hace que falle hasta el pronóstico más fiable.