TTtodo este país, aunque algunos lo cuestionen, ha padecido el terrorismo, con distintos grados de intensidad. Lo aclaró, antes de ser asesinado, Fernando Buesa , quien lo sufrió en todas sus variantes: "el terrorismo a unos les quita la vida, a otros les quita el vivir". Y es que ese es, precisamente, el objetivo del terror: matar a uno y amedrentar a un millón. Reducir ese dolor parece injusto por el desprecio que conlleva y porque encierra una intrínseca e inconfesable obscenidad: la desesperante superficialidad de quien vio los toros desde la barrera, de quien habla desde el somero seguimiento mediático, siempre censor del terrorista, pero siempre altavoz de sus hazañas, o de quien sabe que lo poco se maneja mejor.

La evidencia parece la que es: unos perdieron al padre, a la madre, al hermano, al hijo, al marido o la esposa, asesinados vilmente a manos de la banda terrorista ETA, y nada iguala en dolor a esas pérdidas y otros pagaron a diario, y durante años, el salario del miedo sin aparecer nunca en los medios, aunque tuvieran que otear todos los días las esquinas de la calle desde la ventana antes de salir de casa, revisar los bajos del coche antes de ponerle en marcha, mirar hacia atrás para ver si les seguían por la calle, cubrirse las espaldas en los lugares cerrados, esconder al amigo en su domicilio, trabajar durante años camuflado en oficinas o departamentos que no le correspondían y ocultar todo esto a la familia como si no estuviera pasando nada, sabiendo que podía pasar en cualquier momento, porque la amenaza era la sentencia de muerte. Hay mucho más dolor del contado y no va a ser fácil olvidarlo.

Pero eso no puede impedir la búsqueda de la paz, como más de una vez, con los seres queridos aún calientes, en una grandiosa lección de humanidad, nos recordaron las víctimas: "que no haya más víctimas, que ésta sea la última, que se haga cuanto sea necesario para que esta lacra desaparezca".

Extraña ahora que algunos se pleguen a un seguidismo político y se bajen de la fortaleza moral y ética que siempre defendieron, apoyados por un sector clerical que perdido entre la ambigüedad y la equidistancia setienana, tardó en otro tiempo en señalar, quién era la víctima y quién el verdugo.

Ni se engañen ni nos engañen: con la memoria se puede traficar, con las cicatrices, no.

*Licenciado en Filología