Bob Fosse popularizó hace 30 años en su seudobiográfica película All that jazz las teorías de la doctora Elisabeth Kübler-Ross sobre la relación con la propia muerte. La psiquiatra suiza es, tal vez, quien más ha influido en el desarrollo de la psicología aplicada a los cuidados paliativos pensados para mitigar el dolor una vez que se constata la imposibilidad de lograr la curación.

Nos encontramos en una época tumultuosa, y aunque asociar el proceso de aceptación de la propia muerte con la situación de las finanzas europeas es tremendista, no deja de ser interesante constatar que estamos recorriendo varias fases del proceso descrito por la doctora Kübler y que se refleja de forma magistral en la película de Fosse.

Negación . Desde el inicio de la crisis de la deuda soberana se ha repetido una y mil veces, por activa y por pasiva, que un país de la eurozona no puede suspender pagos. Es justamente esa continua negación uno de las principales culpables de los grandes movimientos especulativos que deterioran aún más la situación, que tratan de forzar que Alemania acuda al rescate una y otra vez.

Ira . La situación es tan delicada que el enfado de ciudadanos y hasta de gobernantes va subiendo peldaño a peldaño por la escalera de la indignación, desde la palpable en las calles de Grecia por los recortes del Estado del bienestar a la del electorado alemán con su cancillera, por no hablar de las crecientes tensiones en el seno de los gobiernos de medio continente.

Pacto . Tan nociva para el desarrollo de la crisis ha sido la tozuda negación de la realidad como la extraña forma de negociar entre las partes. Cada día nos inundan de declaraciones de líderes políticos y de gestores de organismos económicos, desde Merkel a Trichet , pasando por Sarkozy o Lagarde . Los foros multilaterales parece que no son suficientes y las negociaciones se ven influidas por mensajes lanzados a la opinión pública. No cabe duda de que hacen mella en sus destinatarios, pero no es menos cierto que nos estamos acostumbrando en demasía a llevar las situaciones al límite, y los efectos colaterales son cada vez mayores.

Depresión . Más de uno está tirando la toalla. Damos por cierta y casi inevitable una segunda recesión, nos vemos sin fuerzas para seguir adelante y los ánimos, motor del consumo y la inversión, están decaídos. Se palpa un ambiente negativo.

Aceptación . Buena parte de los agentes del mercado ya se están preparando para lo peor. Se habla sin ningún tipo de rubor de suspensión de pagos de Grecia, de impactos en bancos franceses y alemanes, de contagio a otros países e incluso de la quiebra del euro. En los últimos días es notable el número de voces que se están pasando al bando de la inevitabilidad, aunque cualquier señal positiva se magnifica para aferrarse a una nueva esperanza.

XLA PSIQUEx colectiva está haciendo el tránsito desde la negación hasta la aceptación. Pero sería bueno elevar la mirada por encima de los árboles y darnos cuenta de lo que estamos hablando realmente. Grecia supone menos del 2% del PIB europeo y el impacto en las cuentas de los bancos de la zona ante una quita del 100% (cosa que nunca se da en las suspensiones de pagos, y menos en este caso) sería inferior a 90.000 millones. Mucho dinero, muchísimo, sin duda. Pero no es mucho más de lo que Estados Unidos inyectó en una sola entidad (CitiGroup) o el Reino Unido en otra (RBS) hace tan solo dos años. El agujero es abordable. Como lo es aceptar una suspensión de pagos de un país. No sería la primera vez, ni la última. Grecia ha suspendido pagos cinco veces desde el 1800; Argentina, siete. Hasta Alemania ha tenido que renegociar su deuda en ocho ocasiones en los últimos 200 años, es decir, cada 25 años como media.

Por más que nos empeñemos, por más ajustes y parches que se pongan, la deuda griega ya es inabordable por Grecia. O la pagan otros países o sus acreedores aceptan salir perdiendo, ni más ni menos que lo que pretende el segundo plan de rescate con más ayudas y con participación, voluntaria, de los bancos acreedores, que canjearán deuda más barata al vencimiento de la actual. Pero una reestructuración, suave o dura, no tiene que implicar ni la salida del euro, ni mucho menos la ruptura del mismo, siempre que no generemos alarmas cuando no fuegos innecesarios. Por ejemplo, si nadie está comprando deuda griega ahora en el mercado secundario, ¿cuál es su precio? ¿Qué sentido tiene hablar de prima de riesgo y CDS? Ninguno.

Puede que poniendo toda la atención en Grecia, un país pequeño, sobreendeudado, que entró por la puerta de atrás en el euro y que está a años luz de la convergencia real que ha hecho, por ejemplo, España, la especulación no se cebe en otros países. Pero también es verdad que quien juega con fuego acaba quemándose y una cosa es hablar de Grecia y otra muy distinta que los bancos franceses pierdan su rating. Tal vez con sustos como este quien manda en Europa se centre y se ponga a resolver de una vez por todas, con el menor ruido posible, un problema que no era grande pero que cada día que pasa se hace más inmanejable.