Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

En una sociedad como la nuestra, en la que las noticias y lo noticiable tienen siempre una vida muy efímera, hablar de algo que ocurrió hace siete días puede tener una cierta carga obsolescente. Pero siempre hay excepciones, noticias y noticias, y la detención de Sadam Hussein es una de ellas.

Poco se puede añadir a la semana de darse la noticia sobre las pistas que llevaron a su detención o los detalles de la misma. Pero la distancia, aunque sea por un periodo de tiempo tan corto como una semana, permite analizar no sólo la noticia en sí misma, sino algo tan significativo como es la manera de darla.

Se ha detenido a un autócrata, tirano de la peor especie, que ha hecho llorar a millones de personas y ha asesinado a cientos de miles por el único delito de mantener sus convicciones. El tipo en sí resulta execrable y es de esperar que el tribunal que le juzgue dé buena cuenta de sus fechorías. Hasta aquí la coincidencia es muy amplia. Lo realmente curioso es lo que ocurre a partir de aquí. Es decir, la internalización partidaria o partidista de la noticia.

Si uno hace caso de los medios de comunicación que dirige el Gobierno, la captura de Sadam Hussein, si no se debe a la Legión, poco falta, la alegría por su captura es exultante y justifica cualquier clase de intervencionismo militar. A senso contrario, hay que admitir que otros medios y autores, ligados a cierta izquierda, han dado la noticia de tal manera que parecía que se entristecieron por la misma. Y esto tampoco es, porque el personaje detenido es siniestro de verdad, y lo detenga quien lo detenga no deja de ser una bendición para la humanidad. Que muchos hubieran preferido que hubieran sido cascos azules los encargados de detenerle, ¡qué duda cabe!

Pero aunque esto no sea así, y se sea consciente de la manipulación con que esta noticia está siendo tratada, ello no es óbice para resaltar la mayor, la captura de un siniestro tirano que ha pisoteado e ignorado los derechos humanos.

Una noticia así no puede ser dada casi con tristeza, menos aún con crispación, como si se lamentase que se hubiera producido. Tener a Sadam Hussein entre rejas es, o debe ser, bajo cualquier óptica, una magnífica noticia. La sangre derramada clama justicia desde sus tumbas.

Pero el problema iraquí sigue ahí, cada vez más enconado, más violencia, más muertos. Si Irak como proyecto siempre fue difícil, ahora se torna imposible. Le deberían estar crujiendo los huesos a algún político del Ministerio de Asuntos Exteriores inglés de los años veinte, cuando ya el declinante imperio inglés era aún capaz de trazar fronteras con regla en base a paralelos o meridianos geográficos, rompiendo pueblos y culturas. Irak no es heredera histórica de nadie, no es la Babilonia de los jardines colgantes, Irak es un engendro inglés de apenas ochenta años, formado por kurdos, chiítas y sumitas, junto a algunos grupúsculos cristianos. Pero aún así, en su precariedad interna la ONU reconoce sus fronteras como intangibles, y esta es toda una lección que debiera ser entendida en otras latitudes, en donde todo es común desde hace siglos salvo alguna que otra singularidad lingüística.

Pero como siempre, Dios tiene aspectos lúdicos difíciles de entender a los humanos, y suele dar pañuelo a quien no tiene mocos.

En Irak está la bíblica Ur, patria de Abraham, padre de judíos y árabes, cuna del Edén, tierra de olivos símbolo de paz. No todo es petróleo, no todo son cifras, también hay sentimientos.