Hay cosas que no se entienden del Gobierno. ¿Cómo puede ser, por ejemplo, que declare la guerra al humo del tabaco y no haya tipificado entre los nuevos delitos la adicción a fumar?

Al reformar el Código Penal, los fumadores podían haber sido incluidos en el paquete de los inmigrantes expertos en el tirón, los terroristas, los explotadores de la trata de blancas, los mafiosos de la patera, los maltratadores de la esposa o la compañera, las brujas que practican la ablación y los traficantes de pornografía infantil. Muchos exfumadores arrepentidos, ahora combativos luchadores contra los cigarrillos, el puro y la pipa, lo habrían agradecido y el Gobierno habría dejado bien patente que vela por nuestra seguridad.

Pero no toda la ciudadanía lo habría entendido así. A muchos fumadores empedernidos les habría entrado ya el mono nicotínico, lo que inmediatamente se traduciría en airadas protestas, que contribuirían poderosamente a distraer la atención del negro asunto del Prestige.

Pienso que se ha dejado escapar una gran oportunidad para castigar penalmente el consumo de tabaco, pero se me ocurre ahora que mal puede hacerlo este Gobierno, si su presidente es fumador, tal como la ciudadanía podía descubrir el pasado verano en aquella fotografía junto al presidente Bush, en la Casa Blanca, en la que ofrecía el mal ejemplo de deleitarse con el humo de un puro. El hábito de fumar será delito gravemente penado a partir de la tercera reincidencia, no habrá reinserción y ¡ay! si el desgraciado es un inmigrante. Aunque tenga papeles, será inmediatamente expulsado de España como un indeseable.