Una vez acudí a ver a Manuel Pizarro , presidente por entonces de IberCaja, para presentarle un proyecto cultural. Me dijo que le hiciera un presupuesto, se lo hice, y salían unos 15.000 euros de los de cuando no existía el euro. Miro el papel y me dijo: "Mira, con esa cantidad ayudo a las asociaciones de sordomudos de Zaragoza, Huesca y Teruel. No es brillante, no voy a salir en ninguna foto, pero creo que el dinero de la ayuda social de las cajas tiene que ir a parar a sitios así". Y me acompañó, muy amable, hasta la puerta del ascensor.

Salí frustrado y contento, que es una mezcla extraña. Frustrado, porque mi proyecto había sido rechazado, pero contento de observar que en una de las cajas de España había un tipo que aplicaba el sentido común a los recursos de los que disponía.

La obscena lucha por el control de Caja Madrid; las renuencias a fusiones de cajas en un montón de autonomías para defender los reinos taifas; y el desastre económico de alguna, derivado de colocar los intereses políticos por encima de los financieros, presentan un panorama inquietante y desazonador. El grito de ¡todo por la pasta! es sustituido con la consigna de ¡todo por la caja! .

Miguel Angel Fernández Ordóñez , mucho más prudente de lo que piensan en Moncloa, pide calma a algunos inspectores, porque sabe que si entrara a saco en los balances la situación podría ser inquietante, con mucho ladrillo y pocas reservas, demasiado riesgo y escasas posibilidades de que los fallidos disminuyan.

No importa. En la mirada del ideario político ha aparecido, en medio de las pupilas, el símbolo del euro. Hay que controlar la caja, cueste lo que cueste, aunque el costo sea el desprestigio. Todo vale. El becerro de oro sustituye a la gaviota. Y a la rosa y el puño, según la geografía. El lema político es muy sencillo: pase por caja.