Un juez pone en libertad a una etarra, tras pagar la correspondiente fianza, y actúa con corrección. Otro juez, que en otras ocasiones ha hecho lo mismo, pone en marcha una orden de busca y captura sobre esa misma persona, y también obra con toda corrección.

Los ciudadanos corrientes y los químicos no lo entienden. Estos últimos porque están acostumbrados a que si las proporciones de azufre, hidrógeno y oxígeno varían, aunque sea un poco, no se forma ácido sulfúrico; y aquéllos porque, lejos de las sutilidades de la interpretación de textos jurídicos, nos hemos quedado en la vulgaridad de creer que es imposible sostener lo uno y lo contrario.

La corrección de los jueces, como los postulados geométricos, no se tiene que demostrar, sino admitirse con la misma fe que el creyente admite la existencia del Paraíso.

Claro que de la misma forma que existen agnósticos hay empadronados groseros que están convencidos, por ejemplo, de que los componentes del Tribunal Constitucional, que llevan más de tres años dándoles vueltas al Estatuto Catalán, son unos presuntos prevaricadores que, o bien obedecen a presiones políticas, o, simplemente, su sapiencia jurídica queda diluida por grandes dosis de pavura y cerote, o sea, que están acojonados.

Nada de eso. Si llevan tres años y tres meses estudiando media docena de artículos están haciendo lo correcto. Si hubieran dado un dictamen hace dos años y medio, también. Todos los jueces son correctos y lo que falta es conocimiento de sutilidades jurídicas, y fe, mucha fe. Como te asalten dudas sobre el Principio de Corrección de los Magistrados, no es que la Justicia sea un cachondeo, sino que, por desgracia, te ha abandonado la fe, se ha hundido tu Euclides jurídico, y estás pensando de una manera incorrecta sobre los correctísimos jueces.