El Comité Olímpico Internacional (COI) decidirá hoy en Copenhague entre Madrid, Río de Janeiro, Chicago y Tokio la ciudad que acogerá los Juegos Olímpicos del 2016. Sea cual sea el resultado final de las votaciones, que está condicionado por las pulsiones imprevisibles que decantan la opinión de los 106 miembros que forman parte del COI, la capital de España puede afirmar por adelantado que su dosier de candidatura es solvente y realista, y disfruta del valor añadido del apoyo popular, de la corazonada que el domingo se abigarró junto a la Cibeles con entusiasmo similar al que conocieron las calles de Barcelona en las fechas que precedieron a la elección para acoger los Juegos del año 1992. No es este un dato menor a tener cuenta por los que tienen que decidir, porque, salvo en el caso de Río, donde el aliento popular a la candidatura está en todas partes, ni en Chicago ni mucho menos en Tokio figuran los Juegos en el centro de las aspiraciones ciudadanas.

Pero no es el compromiso colectivo con los Juegos del 2016 el único factor de peso, como es fácil suponer. Consideraciones de orden económico, de oportunidad política y de equilibrio entre países y continentes pesan mucho más en el ánimo de los votantes, porque los Juegos Olímpicos son un enorme negocio a escala universal, un espot impagable para la ciudad que los celebra y un mecanismo de relación internacional de primer orden para los gobernantes. Envuelto y promovido todo por el deporte, el fenómeno de masas más difundido y rentable de nuestro tiempo.

Madrid no ha dejado de hacer nada de lo que cabe esperar de una ciudad candidata (incluido el esfuerzo final de los más altos responsables del Estado) y, por lo tanto, ha cumplido con creces la tarea esencial de demostrar que está preparada para organizar unos Juegos y dispone de los instrumentos necesarios para que sean social, deportiva y económicamente viables. Lo que no ha estado nunca en su mano es evitar juicios precipitados o exagerados como los de la comisión de evaluación del COI, que la consideró en su informe una ciudad poco segura. Desde luego, Madrid no es un balneario, pero al lado de alguna de sus contrincantes --particularmente Río de Janeiro-- es una balsa de aceite.

Lo mismo que el entonces alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, dijo en su día referido a los Juegos de 1992 --"lo que es bueno para Barcelona es bueno para Cataluña, y lo que es bueno para Cataluña es bueno para España"-- cabe decir hoy de las aspiraciones de Madrid. Porque si hoy gana los Juegos, el acontecimiento será un poco de todos y a todos --también Extremadura y Mérida, donde estará ubicada una de las subsedes de fútbol-- nos beneficiarán los preparativos y el desarrollo de la cita del 2016.