TLta nueva Ley del Suelo, finalmente aprobada, precisaría para cumplir su función contra el latrocinio, la especulación y la corrupción urbanística de un anexo fundamental: la educación de los españoles sobre los pilares de la ética, el buen gusto y el aprecio del bien común. De no ser así, de continuar siendo la educación apenas una rutina de horas lectivas sin conexión con la vida ordinaria y sin la menor incidencia sobre ella, seguirá ocurriendo que una buena parte de la sociedad o del vecindario vea con buenos ojos la destrucción del suelo (construyendo disparatadamente sobre él, se destruye) si ello conlleva la promesa de beneficios económicos inmediatos, de suerte que sin esa conciencia general de preservación de la naturaleza y del futuro, ya puede implantarse esa ley o cualquier otra, que los golfos de toda laya se las seguirán apañando para urdir desde los despachos nuevos atentados urbanísticos, los unos investidos del poder democrático conseguido a base de populismo y demagogia, los otros en uso perverso de su sempiterno poder económico, y ambos conspirando para alterar el precio de las cosas en aras del mayor abultamiento de sus carteras.

Sin una sociedad culta, exigente y alerta contra los bandidos (los de hoy, vestidos con ternos de cincuenta mil duros), sin una sociedad decente que no resigne en nadie la defensa de sus intereses y los de sus hijos, la nueva Ley del Suelo será una planta de temporada, vistosa durante algún tiempo pero precozmente marchita al carecer de tierra feraz y de riego. A los rufianes la ley no les preocupa gran cosa; saben burlarla cuando los ojos de ésta se hallan sólo en los lentos y desbordados tribunales de Justicia. Pero ahora, que parece llegado al fin un gobierno beligerante con los cacos, los logreros, los comisionistas y los truchimanes, acaso se presenta la última oportunidad, si la educación socorre a la gente, de conservar lo que le pertenece.

*Periodista