Ahora que por fin han echado a Rajoy, no me apetece unirme al coro que le llama canalla y abyecto. Ni al de los que hurgan en su última escapada al restaurante, mientras un bolso XL ocupaba su escaño.

Muchas de sus acciones u omisiones en seis años han sido criticables e incomprensibles, pero le tocó bregar en la hora difícil de la fatal crisis económica y en la peor aún del independentismo supremacista y desleal. Por eso me parece triste que el gesto que permanezca para la posteridad sea esa huida postrera de ocho horas, aunque no fuera de humo y alcohol sino de alcachofas, agua mineral y atún. Por mucho que sus fieles defiendan que no era ya su debate, él tendría que haber aguantado, que tampoco era un paseíllo rapado a lo Cersei Lannister lo que le aguardaba. Era sólo la hora de constatar al fin que, por mucho que se le hubiera ocultado a su estrategia el alcance corrosivo no ya de la corrupción, sino del odio grabado en el inconsciente colectivo de tanto rencoroso sin fronteras, la realidad profunda de este país de sorpresas es que todos quieren a Sánchez. Desde Pablo Iglesias, tan llorica él, con ese abrazo melenudo al acabar el acto, a los independentistas catalanes que aborrecían al cómplice del 155, pero que por debilitar a la odiada España, vale que te llamen racista. Desde los oportunistas vascos a Colau emocionada, llorica también, en tierno homenaje al héroe del momento. Se equivocó tanto Rajoy que no supo aquilatar el verdadero cariño que suscita el nuevo presidente, no solo en su fieles compañeros socialistas, sino en Vara y Page, que hasta Díaz le venera ahora. Buena parte de la prensa de Madrid ya empieza a reconocer sus méritos y la catalana, por su parte, aguarda su diálogo. Y no importa que algún contumaz aparte denuncie sus continuas derrotas electorales, ni pinta nada ya si se ha plegado a exigencias rastreras o aceptado los repugnantes y --esos sí-- indecentes votos de Bildu. No, Sánchez no es ya el jovencito, narcisista y apuesto Frankenstein. Es el nuevo presidente del milagro y la concordia antiPP. Y, menos Rivera, hasta los mercados lo quieren.