La transición a una democracia bien consolidada, que en otros países ha costado siglos, fue milagrosamente rápida en España. Otra chapuza, vamos. Por la ley del péndulo, de preocuparse casi todos en salvar al prójimo, o al menos su alma, aquí se pasó a tolerar que los demás hicieran cualquier cosa que no le dañara a uno mismo personalmente. Es decir, a un egoísmo feroz, menos espectacular pero todavía peor, en muchos aspectos, que lo anterior. Así, por ejemplo, mientras que en otros países, para defender la libertad, está prohibido defender el fascismo, aquí se tolera porque parte de esos antidemócratas votan al Gobierno. Y ahora veo que se acaba de inaugurar en el centro de Tarragona un bar en defensa de un país que, como es Corea del Norte, tiraniza, encarcela y mata masivamente a sus ciudadanos. Pobre sociedad la que es tan indiferente a ese ataque frontal a la libertad, a la democracia, a los derechos humanos y a la misma vida del prójimo; y que, cómplice de Caín, se encoge de hombros y dice como él: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?".