En las elecciones gallegas del pasado domingo, un vecino de Redondela, Pontevedra, dejó por error un sobre con 200 euros en una urna en vez de su voto. Resulta que el buen hombre, de camino a un bautizo, intercambió los sobres.

Se ha divulgado la noticia como una anécdota sin la mayor trascendencia, pero bien mirado podría ser metáfora de la relación del ciudadano con la política: en el momento del voto estamos entregando un sobre con nuestro dinero al dirigente de turno, unas veces honrado y otras todo lo contrario. No sabemos bien si votamos para elegir representantes decentes o ladrones oficiales del Estado.

El ciudadano pontevedrés tuvo suerte: acudió de nuevo al colegio electoral acompañado de la policía, y tras el escrutinio de votos al final de la jornada se comprobó que en uno de los sobres no estaba la castigada voluntad de un votante, sino el dinero-regalo de un bautizo. Hizo bien en esperar la apertura de la urna escoltado por la policía: es sabido que los políticos practican sin pudor el “¡Toma el dinero y corre!”, y luego cuesta echarles el guante.

Dinero, y mucho, es lo que se llevaron esos pájaros que estos días rinden cuenta ante la justicia por el asunto de las famosas tarjetas black, gracias a las cuales 65 exconsejeros y exdirectivos de Bankia y Caja Madrid gastaron 12 millones de euros en darse la gran vida. Se confirma, una vez más, que en una democracia desaseada como la nuestra el dinero de todos se convierte en la hucha de unos pocos. Inspira poca esperanza saber que algunos los que nos gobiernan, elegidos por nosotros, son nuestros peores enemigos.

El vecino de Redondela ha recuperado los 200 euros que dejó por error en una urna. Esa es la noticia positiva, y escrita está. Cómo podríamos los ciudadanos recuperar todo lo que nos han robado es una crónica fantasiosa que no tiene quien la escriba.