Escritor

Ver el nombre de un amigo entre los presuntos estafadores del tomate, la verdad, lejos de producirme ninguna satisfacción, me produce honda tristeza. Entre los presuntos aparece Luciano Pérez de Acevedo, y a uno se le caen los palos del sombrajo, del que hacían cuchufletas días pasados no sé si Monago, o don Javier Casado. El sombrajo, pese a quien pese y cueste lo que cueste, siempre suele caer del mismo lado, con las excepciones históricas de Filesa y cuatro tonterías más, aplastadas, aunque sólo sea por el caso Gescartera, amparado en la Comisión de Valores, y sobre el que se echa toda la tierra del mundo. Este de Extremadura me parece penoso, y si yo fuera dirigente de los populares, antes de escaquearme declararía lo que todos sabemos, que el garbanzo negro se cría entre los demás garbanzos, con todos los presuntos que tenga uno que poner. El caso de Luciano Pérez de Acevedo, insisto, que deseo profundamente que le pasara lo del gitano cuando fue sorprendido con la gallina sobre los hombros:

--Pero, ¿quién habrá puesto este bicho aquí...?

Pero esto no quita para que yo haga un elogio de Pérez de Acevedo cuando fue presidente de la diputación, que ayudó a la cultura, y sobre todo al teatro, con una generosidad sin límites, porque Luciano tiene el gusanillo del dinero que le corroe, pienso que porque está dotado de profundos conocimientos jurídicos y mercantiles, como pocos, y a veces, sin darte cuenta, te dejas llevar de la corriente; pero me rebelo contra todo esto, y le deseo que el mal trago pase pronto. Lo que me apena son las voces oídas, que en lugar de enchularse, debieran reconocer que su nombre ha sido, es y será muy importante, entre otras razones, porque su pedigrí está muy por encima de todos los nombres habidos y por haber de la derecha extremeña, tan corta como ignorante y bruta. No es el caso de Pérez de Acevedo, que es una cabeza admirable a la que traicionan los amigos y el corazón. Me apena infinito tener que escribir sobre este tema, pero era una obligación, para mí terrible.