Los nacionalistas necesitan exacerbar la diferencia. Viven de las rentas de alta tensión, porque su supervivencia --que desde el punto de vista intelectual es insoportable-- depende de dos coordenadas predemocráticas y conectadas: el amor exacerbado por la propia tierra hasta el delirio y la animadversión al diferente hasta el odio. En campaña electoral siempre se desatan las bajas pasiones porque los políticos, al no confiar en sus proyectos --en el caso de que los tengan-- optan por denigrar al adversario en la creencia que es más fuerte el voto de rechazo que el de adhesión.

Ahora, un tal Puigcercós ha decretado la guerra y la ofensa: "¡Madrid es una fiesta fiscal y en Andalucía no paga impuestos ni Dios!". Titular asegurado. No sabe este individuo qué puede decir esa frase gracias, entre otras cosas, a la cantidad de emigrantes andaluces que fueron a levantar la industria catalana desde el siglo XIX. Como sólo se considera mérito la acumulación de capital, la mano de obra se desprecia. Entre otras cosas hay menos renta en Andalucía porque la inversión era más rentable en Cataluña y la mano de obra viajaba en tren de tercera con muchas paradas intermedias. Y allí les llamaban charnegos, hasta que su peso electoral les convirtió en personas.

Los tópicos sobre el andalucismo son similares a los que existen sobre los catalanes, pero invertidos. Pero ojo con meterse con un nacionalismo periférico, porque son especies incomprensiblemente protegidas, porque no están en riesgo de extinción, sino a lo que parece, todo lo contrario. La izquierda española por una identificación errónea de nacionalismo con antifranquismo --las calles de Barcelona se llenaban de admiradores del dictador y hace poco han enterrado con honores a Juan Antonio Samaranch , uno de los máximos representantes del franquismo catalán-- ha legitimado esa ideología dotándole de un pedigrí progresista, cuando en esencia el nacionalismo es un sentimiento, que no una ideología, conservador por excelencia. Las emociones se superponen a las razones en para quienes lo más importante de su vida es la sensación de pertenencia a un territorio que quieren que por encima de cualquier cosa sea diferente a los demás. Por eso Puigcercós trata de ofender a los andaluces, sin darse cuenta de que no es más que un aldeano que ha viajado poco. Si abriera la mente, se daría cuenta de lo importante que es que el mundo sea tan grande y tan diferente. A su edad es difícil cambiar, excepto a peor. Tal vez escuchando flamenco mejore, pero no se cura.