La relación directa entre un evento meteorológico determinado y el fenómeno general del calentamiento global es muy compleja. Tanto como la que conecta el huracán Dorian, en las Bahamas, con la depresión que ha llegado a la costa Mediterránea. La gota fría que ha desbordado ríos, arrasado cultivos, cortado carreteras e inundado viviendas en la costa mediterránea ha tenido precedentes cercanos, como la lluvia torrencial que acabó con la muerte de 13 personas en Mallorca el año pasado, pero también más lejanos, como los aguaceros que dejaron hace ya 40 años en el municipio valenciano de Oliva el doble de precipitación de la acumulado estos días. Sin embargo, el incremento de la frecuencia y prolongación en el calendario de este tipo de precipitaciones catastróficas es una de las consecuencias previstas del aumento de las temperaturas de los océanos. Podrían multiplicarse hasta por cien, según los más recientes informes de la ONU. Los cambios en el clima que nos están arrastrando a una emergencia ambiental a la que se suman la extinción de especies, la polución urbana o la ubicuidad de contaminantes incluirán una diversidad de efectos variables que en algunas regiones implicará tormentas devastadoras, en otras retroceso de los hielos y aumento del nivel del mar y, aun en otras, sequías, desforestación y empobrecimiento de los suelos.

La muerte de varias personas a causa de la gota fría de estos días no parece que lleve a señalar responsabilidades concretas por negligencias o imprudencias, avisos tardíos (en este caso, más bien lo contrario) o insuficiencia de los medios empleados para socorrer a las poblaciones afectadas, por más que en este tipo de desastres en muchas ocasiones acaban aflorando planificaciones inadecuadas, con ocupación de zonas históricamente inundables, alteración de torrentes naturales o defectos en infraestructuras. Este fenómeno meteorológico se caracteriza por ser solo relativamente previsible, y de evolución errática. Pero la visión de las aguas entrando en zonas habitadas, irrumpiendo en calzadas o derrumbando taludes evoca hasta qué punto todo un sistema de vida, desde nuestros modos de producción y consumo a las infraestructuras más sólidas, puede ser inadecuado para el horizonte hacia el que caminamos, más o menos difícil en función de las medidas que estemos a tiempo de tomar, pero en todo caso cambiante. Y nos exige un esfuerzo de adaptación en el que, a medio y largo plazo, nada puede darse por sentado.