El pasado mes de julio España vivió un acontecimiento que inundó los pueblos y ciudades de euforia y alegría, no importaba la raza ni el sexo ni la profesión ni el estatus social ni el color político para compartir el gran día: La selección española había ganado por primera vez el Mundial de Fútbol celebrado en Sudáfrica.

Y, aparte de la satisfacción colectiva manifestada por la extraordinaria hazaña deportiva lograda por La roja , el banco holandés ABN Amro valoraba que este hecho podía añadir hasta un 0,7% al producto interior bruto (PIB), y la ministra de Economía declaraba que el triunfo sería bueno para nuestro país.

Dos meses antes de vencer en Sudáfrica, la Organización Profesional de Inspectores de Hacienda advirtió que urgía una reforma fiscal, pues estiman que la Agencia Tributaria deja de recaudar unos 90.000 millones de euros cada año a causa del fraude; se calcula que ronda el 20% del PIB.

Hay millones de ciudadanos que no aprueban ni acaban de comprender por qué se desatienden las recomendaciones del equipo de profesionales que, únicamente, pretenden obtener un buen resultado en el torneo anual de la recaudación fiscal equitativa y eficaz.

Si está en juego el mantenimiento y progreso de la sanidad, educación, justicia, pensiones, etcétera, ¿No debería existir una cohesión social análoga ante el partido (hasta ahora nunca vencido) contra el fraude fiscal nacional?

Aumentar impuestos a los de siempre y recortar prestaciones e inversiones públicas de interés general, es un ejercicio carente de innovación que contribuye al progresivo deterioro del bienestar de la población de una nación.

Alejandro Prieto Orviz **

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