El desmantelamiento de la fiesta de los toros en Cataluña ha puesto de manifiesto, una vez más, la torpeza de nacionalismo ramplón, que antepone su odio a España por encima de sus propios intereses. Sin entrar en valoraciones de distinto y profundo calado, nos encontramos que, partiendo del argumento esgrimido por los antitaurinos como es la defensa del toro de lidia; y estableciendo la hipótesis de trasladar al resto de España el efecto de la prohibición, nos encontraríamos con la realidad que el toro desaparecería de forma irremisible. A no ser que como con el caso del lince ibérico, la Administración dedicara presupuestos millonarios y un gran entramado administrativo que supondría otro quebranto a las arcas públicas.

De lo que se deduce que es la propia fiesta nacional la que vela por la bestia y el mantenimiento y mejora de la raza. Lo de los toros en Barcelona es otra cacicada progre que permite asegurar que todo lo que tocan lo destrozan. Es como si la Administración catalana no tuviera otros problemas más importantes a los que dedicar su atención, por ejemplo y nunca mejor aplicado el término, la sangría en la sanidad.

Lorenzo Domínguez **

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