Alo largo de estos años de ‘procés’, el independentismo ha presumido de relato. El conflicto catalán, decían, era un asunto de democracia, defendido de forma pacífica en las calles por millones de personas. Un relato optimista que llevó a los hiperbólicos hablar de la revolución de las sonrisas y que se vio reforzado el 1-O con la violencia con la que la Policía Nacional y la Guardia Civil se emplearon con los votantes en los colegios electorales. Sin embargo, los dos años que van de la crisis del otoño del 2017 a la del otoño del 2019 han borrado cualquier atisbo de sonrisa. Hoy, tras la dura sentencia del Tribunal Supremo (TS) a los líderes del ‘procés’, el independentismo ya no puede presumir de ser un movimiento inmaculado y en exclusiva pacífico. Los disturbios que han asolado el centro de Barcelona han eclipsado las manifestaciones pacíficas y, a su sombra, un tóxico discurso que comprende, justifica y blanquea la violencia se ha hecho con un espacio en el relato del independentismo.

La presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), Elisenda Paluzie, ha afirmado que los disturbios «hacen visible el conflicto en el mundo». Laura Borràs, ha declarado que los altercados «continúan mostrando que hay un conflicto que el Estado no quiere resolver políticamente». En una artículo publicado en Komsomólskaya Pravda, Carles Puigdemont compara Barcelona con Hong Kong y critica con dureza a la UE. La CUP, cuyo discurso ha dejado de ser antisistema para ser abrazado por el ‘mainstream’ independentista, critica en exclusiva la violencia de los Mossos d’Esquadra, al igual que destacados dirigentes de Junts per Catalunya e incluso de ERC. En redes y espacios de opinión e informativos -como la misma televisión pública- se carga contra la policía autonómica, el ‘conseller’ Miquel Buch y se justifica que los jóvenes recurran a la violencia porque la vía pacífica, afirman, no le ha servido al independentismo más que para ver a sus líderes encarcelados.

La refutación de este discurso es sencilla, empezando por algunas obviedades, como que nada tienen en común Hong Kong (una excolonia británica en China) con Barcelona, que es obligación de la policía preservar el orden público o que los líderes del ‘procés’ han sido juzgados y condenados no por sus ideas sino por sus actos. Pero algunos líderes independentistas, empezando por el ‘president’ Quim Torra, cometen la irresponsabilidad de no frenar este discurso (cuando no lo alimentan), y el resultado es que en el relato del secesionismo gana espacio un peligroso e injustificable blanqueo de la violencia callejera en contra de otras voces más sensatas, como las de los mismos presos. El fenómeno es preocupante, pues el independentismo ya ha dado muestra en al pasado de ser muy sensible a la presión de los puristas por encima de quienes buscan espacios más pragmáticos. Justificar la violencia es inaceptable en una sociedad democrática, porque da alas a quienes la practican. El blanqueo de los radicales es un discurso tóxico que tan solo contribuye a abrir heridas en la sociedad catalana. Este otoño se están cruzando puertas que hubiera sido mejor mantener cerradas.