Comunicar mejor la labor del Gobierno no consiste en que todos se pongan a hablar al unísono sin ton ni son. Tampoco se trata de volver a las declaraciones optimistas que son desmentidas por la tozuda realidad. Si a uno lo nombran ministro de Trabajo no es para que al día siguiente asegure que van a mejorar los datos de empleo: o espera un milagro o pierde la credibilidad nada más llegar.

Los buenos datos de la EPA, conocidos la semana pasada, hicieron lanzar todas las campanas al vuelo y se habló de que la destrucción de empleo había llegado a su fin. Pero, qué poco dura la alegría en la casa del pobre, porque el paro vuelve a subir en octubre y se lleva por delante el optimismo de hace siete días.

Por eso hay que ser especialmente prudente con los vaticinios, porque si de algo están cansados los ciudadanos es de falsas expectativas. Valeriano Gómez, que ayer compareció ante los medios para explicar que 68.213 personas han perdido su puesto de trabajo, con lo que la cifra de desempleados alcanza la apabullante cifra de 4.085.976, intentó matizar, suavizar, atenuar el golpe.

El nuevo responsable de Trabajo apeló a la estacionalidad veraniega y se aferró a cuadros comparativos para llegar a la optimista conclusión de que "se observa una lenta pero progresiva recuperación". El que no se contenta es porque no quiere.

Pese a su acertado diagnóstico de "lentitud", que parece ser lo único cierto, no dudó en poner una fecha, otra vez más, para la creación de empleo neto que, según el, será en la segunda mitad de 2011. Es decir el año que viene.

El problema de Valeriano Gómez es que no es el primero que se ha atrevido a poner una fecha al fin del drama de la pérdida masiva de puestos de trabajo. Desde el presidente del Gobierno hasta el último responsable del Ejecutivo, todos han hecho quinielas y, lamentablemente, todos han errado. Teniendo en cuenta que el paro es la principal preocupación de los españoles, tal nivel de equivocación en la comunicación del Gobierno ha creado un nivel de irritación en los ciudadanos que se refleja en las encuestas. No solo en la intención de voto sino en la valoración de los líderes políticos.

El hecho de que Mariano Rajoy salga con tan baja puntuación no se debe a sus excesos verbales sino, todo lo contrario, a que no desvela como piensa solucionar este problema que no duda en calificar de "colosal" y "capital". Su receta pasa por un recorte drástico de la Administración pública, donde, a su juicio, se produce un verdadero despilfarro. Se supone que se guarda otras medidas en la recámara porque el recorte, por sí solo, lo que va a crear es más parados: los contratados laborales de las empresas públicas que quiere suprimir.