TDte todas las culturas nacidas y desarrolladas en el "Creciente Fértil" heredaron los griegos el culto al Sol, que ellos identificaron con Prometeo , el dios que trajo la luz y el fuego a los hombres, para civilizarlos y conferirles la inteligencia. También con Apolo , el joven rubio de radiante cabellera, que tenía su santuario en Delfos, a los pies del monte Parnaso, junto al mar; cuyos "oráculos"o predicciones se conocían a través de las oscuras palabras de una "pitonisa", y eran respetados y obedecidos por todos los helenos.

En Europa, los Celtas o Galos --también parientes de los Persas, Medas e Indúes-- dieron culto a "Belenos", el dios Sol, construyéndole templos con piedras hincadas en el suelo; los "menhir"; que, si se disponían en círculos, se llamaban "cromlech". Marcando con "menhires" más destacados la salida del Sol, el ocaso, el cenit y en nadir, y las demás fases o posiciones del "Astro Rey", convirtiéndose en lugares sagrados en los que los druidas desarrollaban ritos, adivinaciones y sacrificios.

Para los Celtas, el Sol "Belenos" estaba representado en el fuego, y todas las fiestas dedicadas a él debían hacerse alrededor de piras ardientes, con uros o toros como animales de sacrificio. ¡Como se asemejan, en el fondo, todos los viejos rituales religiosos que nos descubre la arqueología a las actuales fiestas populares de raíz pagana!. Cuando los romanos llegaron a la lejana "Sphan" --"Hispania", la llamaron ellos-- donde ya se conocían los ritos Célticos (europeos), Fenicios (asiáticos) e Iberos (africanos ), sus pobres celebraciones en honor del griego "Apolo" --al que habían asociado el culto a "Mitra"-- quedaron eclipsadas por la fuerza de las tradiciones de estos pueblos autóctonos, que las siguieron practicando entre las tribus y "gentes" hispanas durante todos los siglos del Imperio.

XINCLUSOx el Cristianismo --introducido en la Península por gentes de Oriente, a partir del siglo III-- acabó por readaptar todas estas celebraciones paganas, tan arraigadas en los pueblos y en sus culturas, a las efemérides propias de la vida de Jesús de Nazaret . El nacimiento de éste se situó en el solsticio de invierno, el 25 de diciembre --"Navidades"-- cuando en el calendario romano se festejaban las "Saturnales", desde el 15 al 25 de diciembre. Ese día se conmemoraba el "Solis Natalis" --nacimiento del Sol; que los Pontífices romanos cambiaron por el Nacimiento de Cristo: el único Sol de los cristianos--.

El nacimiento de "El Bautista" --San Juan --, también se hizo coincidir con el 24 de junio --solsticio de verano-- apoyándose en lo que escribía San Lucas en su Evangelio: que, cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel , anciana embarazada de Juan "El Bautista", faltaban seis meses para el nacimiento de Jesucristo, con lo que ambos estuvieron relacionados --a partir del siglo IV-- con los festejos y celebraciones paganas de uno y otro momento del ciclo solar, que no habían dejado de festejarse a lo largo de aquellos cuatrocientos años.

San Juan, además, fue un personaje extraño. Un joven rebelde, aislado de la sociedad --" la voz que clama en el desierto"-- que anunciaba la llegada del verdadero "mesias", del "ungido" de Jahvéh, derramando agua; otro elemento místico y purificador del paganismo, sobre su cabeza, y que murió igualmente en circunstancias extrañas; a causa de los deseos de una mujer malvada: "Salomé".

La "noche de San Juan", pasó así, en la mentalidad popular, a ser una noche mágica, llena de seres malvados y demasiado corta; que había que iluminar con hogueras, saltando sobre ellas para purificarse o sacrificando toros para obtener su fuerza, la felicidad o el poder. En muchos pueblos y ciudades las tradiciones paganas ancestrales --ya casi olvidadas-- se han unido las costumbres históricas agro ganaderas, más cercanas; cuando el verano se convierte en la estación climática propia de las tareas del campo, de las ferias de productos agrícolas y de ganados; de la recolección de la cosecha y de la maduración de vides, olivos y otros bienes otoñales.

En unas y otras se complementan los festejos y jaranas con otra tradición --violenta y sangrienta--, la lucha entre el hombre y el toro --"la bestia"-- por las calles de numerosos pueblos o en las plazas de toros, que pueden ser consideradas por su forma circular como los viejos "cromlech" para celebrar un ritual de sacrificio ancestral, como se hacía también en la tradición "mitráica" o en la "minoica" de persas y helenos.