Para los tiempos que corren es importante tener unas buenas tragaderas. Nos la están colando, nos la colaron y nos la colarán sin duda en el futuro con leyes mordaza. En la era de las fake news, donde un tuit falso se hace viral en segundos, es cuando más pensamiento crítico se necesita. Los españoles tenemos tendencia a callar ante atropellos e ignominias contra nuestra propia esencia. Parece que en la segunda ola covid en breve muchos niños no se formarán con el español como lengua vehicular gracias a otra ley educativa metida de rondón. España sin español. ¿Cómo se come eso? ¿Cómo le explicamos a un argentino que en España no se estudia la lengua que ellos tan bien usan y conservan? Qué locura.

Hay que tener muchas tragaderas para que no nos rebelemos contra los cambios de criterios constantes en materia de mascarillas: que si no son útiles, que si ahora sí valen, que si no se les puede eliminar el IVA, que ahora sí… La sensación que tengo es que estamos en una Tercera Guerra Mundial en la que luchamos contra un enemigo invisible, sin infraestructuras destruidas, pero sí con la economía derruida a la par que nuestro ánimo, ya por los suelos. Porque en las futuras fiestas vamos a tragar mucha saliva ante nuestras mesas de Navidad, sin seres queridos porque se los ha llevado el virus o porque el confinamiento no lo ha permitido.

Pero no solo hay tragaderas patrias. También allende los mares. En EEUU Trump ha hecho durante su delirante mandato lo que ha querido. Nos obligó a comulgar con ruedas de molino, con aranceles a nuestros productos. Y en esta desesperanza ya no sé a qué santo rogarle. He ido a rezarle a la Virgen de la Montaña y también le pediré el fin de la pandemia a la estatua del Buda Mahar Karuna, esculpida en jade blanco birmano. Pasaba todos los días ante ella en el Auditorio. Ahora tengo pendiente visitarla en el Museo Guayasamín.