Será esa tradición que siempre unió a Madrid con la calificación de villa y corte, lo que le confiere a esta ciudad un cierto aire entre castizo y pícaro, muy propicio para las comedias de enredo, llenas de truculencias, de espionajes y de intrigas palaciegas. El hecho es que el rédito político acumulado por el PP en esta Comunidad, pudiera volatilizarse como consecuencia de las guerras intestinas que, la ambición desmedida de sus dos líderes, ha ido tejiendo a lo largo del tiempo. Aunque sólo fuera por el respeto que se merece el electorado, deberían ser más comedidos y no dilapidar con tanta frivolidad ese caudal de confianza que la ciudadanía puso en sus manos.

En Madrid se están escribiendo por estas fechas unos episodios de soberbia cainita que si no fuera por la gravedad que tienen, darían risa, porque más allá de las diferentes corrientes que un partido democrático está obligado a soportar, no puede consentirse este personalismo patológico que hace de la política un espacio intransitable, lleno de golpes bajos, de maquiavelismos y de juego sucio, hasta el extremo de provocar una crisis autodestructiva semejante a la vivida en los peores tiempos de la UCD, algo que además de credibilidad le resta al partido muchas posibilidades de cara a futuras confrontaciones electorales, toda vez que la imagen que flota en el ambiente es la de un barco gobernado por el viento, falto de reflejos y de capacidad de negociación, donde los peores enemigos están dentro de la propia casa.

XES LA VERSIONx hacia fuera de una guerra soterrada de ambiciones y de intereses cruzados, donde la disputa se centra ahora en el control político de Caja Madrid, una entidad financiera con capacidad suficiente como para mover muchas voluntades; al frente de la cual está Miguel Blesa , un presidente al que hace doce años designó el dedo omnímodo de Aznar , y cuya continuidad es apoyada por Gallardón y cuestionada por una Esperanza Aguirre que, no ha dudado en improvisar una Ley de Cajas, al objeto de poder defenestrarlo. Pero éste es sólo un episodio más de una guerra por la sucesión, cuyos objetivos últimos son Gallardón y un Rajoy que se mantiene sumido en un clima de salomónica ausencia, como si se tratara de algo ajeno a él, algo que el tiempo por sí solo terminará haciendo cicatrizar.

Esta vez, el detonante del escándalo ha surgido como consecuencia de la trama de unos presuntos espías ilegales, un servicio de inteligencia adscrito al departamento de la Presidencia de la Comunidad de Madrid que, pagados con fondos públicos, se han dedicado a realizar labores propias de un servicio de información paralela, dirigida a recabar datos sobre las actividades, los viajes y los encuentros de sus propios compañeros de partido, utilizando, si es cierto lo que la prensa ha sacado a la luz estos días, unos métodos de dudosa justificación democrática, lo que excede no sólo el terreno de lo ético sino también el de lo legal.

La gravedad de estos hechos requiere una solución inmediata, una aclaración que despeje toda sombra de duda, con la consiguiente depuración de responsabilidades, al objeto de que la ejemplaridad y la transparencia democrática no queden en entredicho, porque los valores y los principios no pueden reducirse a expresiones retóricas, usadas exclusivamente en la liturgia electoral, sino que deben trascender a todas las facetas de la vida pública en general.

En un momento tan delicado para la economía como el que estamos viviendo, la oposición debería redoblar su esfuerzo a la hora de ofrecer alternativas, y hostigar al Gobierno para que encuentre soluciones definitivas que ayuden al país a salir de esta crisis, y no crear ante la opinión pública cortinas de humo en base a maniobras de distracción, exhibiendo una fotografía de su propia fragilidad interior, lo que no sólo le deja en evidencia sino que le proporciona un balón de oxígeno a sus rivales con el que contrarrestar el desgaste que están sufriendo como consecuencia de esta crisis.

Porque lo que comenzó como una rivalidad entre la presidenta y el alcalde, ha degenerado en un enfrentamiento en toda regla, y algo que debió ser cortado de raíz se ha prolongado en el tiempo, lo que pone de manifiesto la falta de determinación de un partido que es incapaz de mantener la disciplina y el orden interno, evidenciando un mal de fondo, una herida no curada que reverdece en los momentos más inoportunos y que no se arregla con apelaciones a la unidad ni a un nuevo patriotismo.

Semejantes procedimientos no pueden considerarse como algo consustancial al modo de ejercer la política en un partido, son hechos aislados que tienen una autoría y una responsabilidad concreta; pero esta falta de energía a la hora de reaccionar ante determinados problemas, tiene más de impotencia que de precaución, porque todo aquello que no se resuelve se termina enquistando, ya que nada se arregla cerrando los ojos a la realidad, ni refugiándose en ese cobijo que proporcionan algunas veces las palabras.