WEwl incidente en el que se vio envuelto el martes el fotógrafo español Emilio Morenatti, que sufrió la amputación de un pie en la explosión de un artefacto colocado en una carretera de Afganistán, no es más que el reflejo de la inestabilidad que se adueña del país conforme se acercan las elecciones del día 20. Sacudido por el resurgir de los talibanes, la incapacidad del Gobierno de Hamid Karzai de imponer su autoridad y los titubeos de la ISAF -el cuerpo expedicionario de la OTAN- para afrontar una lucha sin cuartel contra los fundamentalistas, Afganistán se encamina hacia la cita electoral con la sensación creciente de que es un país cada vez más ingobernable, una democracia en ruinas con pocas esperanzas de mejora. Sin el esfuerzo abnegado de informadores como Morenatti, la realidad descrita seguramente habría pasado más desapercibida porque los países con soldados en Afganistán, salvo Estados Unidos, no están dispuestos a ir mucho más allá de una labor de control e interposición. Es decir, pretenden limitar los daños y convertir su misión en una de reconstrucción de Afganistán, como si la presión de los talibanes y la arbitrariedad de los señores de la guerra no se interpusiera entre los deseos y la realidad.

El país vive en una situación próxima a la de una guerra abierta, sin apenas zonas seguras -proyectiles cayeron a principios de semana en la base española de Herat- y la amenaza permanente procedente de Pakistán. Confiar en que el régimen afgano puede salir del laberinto sin más esfuerzo que el de unas elecciones y algún tipo de pacto con talibanes moderados queda fuera de los cálculos más optimistas.