Transparente opacidad. Sólo tal oxímoron permitiría al Gobierno aludir a la transparencia, sin faltar a la verdad, al referirse a su intervención en socorro del sistema financiero español. Pero no es este el caso, pues hablan de transparencia, a secas, cuando, si cultivasen la sinceridad, esa virtud que habría de adornar a todos los gobernantes, deberían de reconocer la opacidad que, a ojos de todo el que quiera ver, envuelve esta actuación, y arrojar un poco de luz sobre ella. No lo hacen, lo que mina, aún más si cabe, su deteriorada credibilidad; credibilidad más que maltrecha, consecuencia de la negación sistemática, por parte del Gobierno y durante meses, no ya de la crisis, sino de la posibilidad siquiera de que ésta pudiera avecinarse. Es por esto que los ciudadanos desconfiamos: por la negación de lo evidente, por el interés en ocultar datos que a todos nos incumben. Y no es cosa baladí, pues esto no puede por menos que agravar una crisis de enormes dimensiones en la que confluyen, en el caso español, la crisis financiera mundial, la crisis de la llamada economía real y esta crisis a la que me refiero, la crisis de confianza, a cuyo desarrollo contribuyen, sin duda, este tipo de comportamientos ocultistas del Gobierno. Luz y taquígrafos, ésa es una de las soluciones a la última, y no menos importante, de estas crisis. Luz y taquígrafos, y si es ayer, mejor que hoy. Luz y taquígrafos, porque el caudal de cientos de miles de millones de euros de nuestro dinero, del dinero de todos los españoles, que se ha inyectado a bancos y cajas, no es para menos. Luz y taquígrafos, o lo que es lo mismo: transparencia; pero transparencia de verdad, y no esta transparente opacidad que todo lo nubla.

Antonio Galván González **

Calzadilla de los Barros