La creación plástica es, sin duda, una de las actividades humanas que más le acercan a la función de los dioses; ya que, por ella, emula y perfecciona lo que los supremos seres, autores del mundo, hicieron en los albores del Universo y de la vida. También la creación poética, literaria o musical --por la que se accede a los campos verdes del Parnaso-- gozan de estos privilegios y similitudes; pero, en estos casos, los resultados, siempre adornados de belleza, ritmo y donosura, quedan en el espacio del sonido, del aire, del pensamiento; mientras que las obras creadas con materia, con expresión, con el latido cálido de las manos, reflejan más puntualmente el alma creativa o creadora, en la que se reflejan los objetos, formas y colores de la propia naturaleza.

Pintores, escultores y arquitectos han sido siempre los reflectores que iluminaban al poder y a sus titulares; creando espacios luminosos, augustos y polícromos, para alojar, entretener y ensalzar --también para sepultar-- a los más poderosos autócratas. Sus primeros clientes fueron los dioses, para los que diseñaron templos, iconos y grandes estatuas con las que amedrentar a sus creyentes. Luego también lo hicieron para sus hijos y protegidos: los Faraones o los Emperadores asirios y babilonios; rodeándolos con palacios, fortalezas y sepulcros, ilustrados con bellas figuras y relieves en las que se reflejaban los hálitos y brillos de su poder.

XCON EL TIEMPO,x a lo largo de la Historia, todas las cortes y séquitos reales de los cinco continentes, se llenaron de artistas plásticos encargados de ensalzar y perpetuar las imágenes y glorias de los poderosos; atribuyéndoles en sus estampas e iconos cualidades y virtudes que, posiblemente, en la vida real, nunca tuvieron.

Los Césares romanos fueron recreados en mármol como Apolos de bellos perfiles desnudos. Otros como Martes, armados de corazas para la guerra; o como tribunos y oradores de palabra justa y sabia para gobernar al pueblo. Todos ellos no eran más que símbolos del poder para presidir foros, teatros, circos o curias provinciales de su inmenso Imperio. Sus sucesires y émulos: los Kaisers germanos y los Tzares eslavos elevaron la exigencia de brillantez a sus propios artistas para que reflejaran en sus imágenes los nuevos valores cristrianos, como cabezas de sus respectivas iglesias: la occidental europea y la oriental ortodoxa. Solo en el Renacimiento cambió este trasfondo social, y a los más poderosos monarcas y Papas, cabezas de la Cristiandad, se unieron como clientes del arte, los ricos "condottieri" y "podestas" de las ciudades o comunas más notables: los Medicci florentinos; los Este de Ferrara; los Gonzaga y Farnese de Parma y los poderosos "dux" de la opulenta Venecia.

Las corriente y estilos "barrocos", "rococós" y "neoclásicos" fueron brillantes manifestaciones de originalidad y belleza; de grandiosidad y luz; pero mantuvieron a las artes y a sus creadores en los límites sociales en las altas esferas de reyes, nobles y Papas; si bien, ampliando sus escenarios a las grandes urbes en las que se situaron las capitales de los Imperios políticos o espirituales: Roma, París, San Petersburgo y otras de menores dimensiones. Solo después de la Gran Revolución fraguada en Francia, que afectó a toda la Europa Occidental, las clases burguesas --que empezaron a llamarse "clases medias"-- con sus nuevos estilos y gustos, con renovados motivos para su arte y tendencias más pegadas al suelo, transformaron el panorama creativo, para fijarlo, no en la adoración o exaltación de las inquietudes religiosas no en el encumbramiento de las monarquías destronadas, sino en la vida normal de las gentes corrientes, en los objetos de la cocina, en los paisajes urbanos, en el pálpito vital de los retratos con toda la carga de realismo social que se reflejaba en sus "impresiones" cromáticas. Se multiplicaron los estilos y tendencias, pero en el fondo se fijo un nuevo sentido social del arte: recrear el mundo real y palpitante de la vida resaltando lo vulgar como fundamento de lo excelente.

Las llamadas "clases bajas": los obreros, proletarios, campesinos y desheredados tuvieron también su "Revolución", pero no acertaron a crear un estilo representativo de su realidad o de su ideología. Simplemente se encerraron en el "realismo proletario" para ilustrar sus cartelones de propaganda con figuras tristes y desmañadas, empuñando armas y herramientas simbólicas, sin trascender a la estatuaria o a la arquitectura. De ahí no se ha pasado, pues el arte actual que se exhibe en ferias de Arte Contemporáneo (Arco), en nuevos museos o en las subastas de objetos mal llamados "artísticos", no pasa de ser el desecho de una sociedad industrial, hiperconsumista y derrochadora, que intenta "reciclar" sus basuras vendiéndolas como creaciones de gran originalidad.