En plena era de ciega adoración al algoritmo uno siente vértigo por la monitorización a la que se somete nuestro día a día. En San Fernando de Henares, Madrid, hay un equipo de ingenieros de Indra que trabaja las 24 horas del día para convertir los datos que regalamos a internet en información útil y, sobre todo, rentable para las multinacionales. Muchas veces pienso que si un like en Facebook es oro, qué no darían estas empresas por saber lo que atesoramos en nuestros trasteros o lo que guardamos en cajas cuando hacemos una mudanza.

Desde que llegué a Cáceres hace más de 25 años tenía solo una maleta con algo de ropa y una mochila. Cuando mi estancia se prorrogó se sumaron mi guitarra, otra maleta con más ropa y un equipo de música. Cada mudanza fue añadiendo cajas, de tal manera que resolví que toda mi vida era en realidad aquellas cajas donde guardaba cosas que consideraba valiosas para mí.

Este pasado fin de semana mi pareja ha pronunciado unas palabras que me han dado escalofríos: «Hay que arreglar el trastero». ¡Lo que pagarían en Google por conocer sus misterios! Aparte de un cajón flamenco, destacan dos jamoneros, una edición del Libro Rojo de Mao, un poster con un ovni con la leyenda I want to belive, unos herrajes para sostener macetas, miles de folletos de Fitur, las esterillas de la playa, un amplificador viejo, maletas de distintos tamaños llenas de sábanas, una goma gigante con el lema Borrando rayas, películas en VHS, aparatos de gimnasia, merchandising cuya contemplación provoca unos segundos de placer, urnas de acuarios, gorras y ropa usada.

Me gustaría saber qué va a hacer Indra con esos datos ahora hechos públicos. Seguro que algún ejecutivo en un despacho se está frotando las manos mientras diseña un producto del que voy a sentir la necesidad de adquirir imperiosamente… Para después guardarlo en el trastero y que años después les sirva a otros directivos para hacerse de oro. Refrán: Al que organiza su trastero, se le mide bien el rasero.