Desde la crisis y la reestructuración de la banca ya empezamos a estar acostumbrados a los cambios en las entidades bancarias. De las ocho oficinas que había en un pueblo normal ahora quedan tres, y el personal que trabaja en ellas va cambiando cada cierto tiempo. Se ha perdido aquella confianza que teníamos en el banquero de pueblo. Pero esto no es todo, ahora resulta que no son bancos, son tiendas, algunos incluso denominan así sus nuevos establecimientos. Tienes que pedir hora para ir y, cuando vas, lo más habitual es que te den unos códigos y te digan que lo gestiones tú por internet.

En el caso de mi madre, que era de aquellas que iba a la oficina bancaria para a ver a Jaime -el director de su entidad de toda la vida-, resulta que para anular una tarjeta de crédito que no funciona tiene que darse de alta por internet, ir a la oficina a buscar los códigos y después hacer el trámite por internet otra vez.

Señores, mi madre no es tan mayor, pero como mucha otra gente no ha tocado un ordenador en su vida. ¿Saben la desazón que le provoca cada vez que va a una entidad y le contestan: «Este trámite lo tiene que hacer a través de la banca on line»? ¿Tan difícil es hacer este trámite por la ventanilla?

Puedo entender que las empresas grandes tienen marcadas una serie de políticas de actuación, pero cada vez lo deshumanizan todo más, y entonces se dejan millonadas en la publicidad para vendernos su proximidad. ¿Es un poco contradictorio, no?