Licenciado en Filología

De qué sirve la continua denuncia, para qué jugarse a diario el saludo de paisanos y la ojeriza de partidos e instituciones? ¿Sirve de algo defender las causas perdidas? ¿Vale la pena seguir hablando a quien no quiere oír, anudando el aire, estrellándote contra un muro? La gente no cambia, la gente seguirá igual , me repiten algunos que me profesan lástima por el esfuerzo y el celo que estas líneas le trasladan.

Y entonces, uno, débil y dubitativo, piensa si tiene que dejarlo, si el buen camino estará en la loa sin pausa, en repetir lo bien que va todo y lo bien que lo hacen y no hablar de la vergüenza de los residenciales como el de la universidad en la falda de la Montaña de Cáceres; en no hacer mención del arbitrio en las asignaciones del ferial y del nepotismo con los sobrinos, en silenciar los sobres que vuelan, entre dos bolsillos, por las concejalías de urbanismo; en no recordar al juez que sentencia sobre la barra de un bar, si has de omitir el del anticuario que se está haciendo de oro lavando cosas que le llegan sin preguntar de dónde, si debes callar que la esposa y la amante del que manda tiene un puesto de trabajo regalado/arreglado; si has de ocultar que los abogados que extorsionan, siguen haciéndolo, que el sindicalista engorda con cursos que le exceden o ignorar que alguna consejera anda en coplas sin llamarse Dolores.

Tal vez, querido José Antonio, lleves razón, y tenga que admitirte que la gente no cambia, pero siento que llegarás a esa ingrata conclusión tan pronto. Mis naves no están todas quemadas, y a pesar de todo, sigo creyendo que los cien justos de la Biblia existen.