Licenciado en Filología

Mi amiga Petri Román se convierte en fina analista de mercado apenas llega la temporada navideña: Petri acampa en pasillos, estanterías y expositores, y observa cómo la gente devasta los súper. De ahí extrae sus conclusiones de economía práctica y sus diagnósticos de sicología social: Sostiene Petri que la Navidad es un estado más estomacal que religioso; que la sociedad ha cambiado y se ha modernizado, pero que mirada de cerca y a pie de carrito, no lo parece tanto; que en el súper funcionan a la perfección los reflejos condicionados: tirando del carro, o ensalivando, como el perro de Pauvlov; que a carro más lleno, cerebro más vacío; que los carros hasta la bandera, son desequilibrantes síquicamente y culinariamente insanos y que con frecuencia, aquí también, la gente pone el carro delante de los bueyes. Sostiene Petri que en la compra se observa quién sabe comer y quién atiborrarse, quien adquiere alimentos y quien apila langostinos, champanes y turrones que desfondan, además de la cartera, el colón. Dice que hoy el problema no es el dinero, sino los valores, y que la cantidad va en cabeza; que a pesar de que ya no se trata de comer más tarde, lo peor y más caro, ni de hacer de tres, trece y de trece, trescientos, la creencia de que comiendo se arregla todo, persiste. Petri no admite lo de que un día es un día, y relaciona la opulencia en la mesa con el ostentoso epulón, el atávico cazador y el aparentoso tragaldabas de siempre, frente al sabio quehacer en el fogón. No sabe muy bien si somos lo que comemos, o lo que comemos nos hace como somos: devastadores de mercados y animales de costumbre.

No hay manera de determinar cuánta certidumbre hace a una creencia ser llamada conocimiento y sabemos perfectamente que los juicios negativos no son en si mismos universales, pero Petri tiene razón: la gente está empezando a ser rica, sin haber dejado de ser enteramente tonta.