La visita del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, a Washington ha servido para que Estados Unidos y la Unión Europa hayan alcanzado una tregua tras las amenazas de Donald Trump de añadir aranceles a las importaciones de vehículos y componentes de automóviles europeos a las tasas ya en vigor sobre el acero y el aluminio. Ante el riesgo de que la ofensiva verbal (declaraciones y tuits incendiarios) y arancelaria del presidente estadounidense derive en una guerra comercial abierta, Juncker se comprometió a aumentar la compra de gas y soja estadounidenses para rebajar los aranceles industriales. Un primer paso para entablar una negociación más amplia sobre la eliminación de aranceles, barreras y subsidios. Satisfecho, Trump ha pasado de llamar «enemiga» a la UE a hablar de una «cercana amistad». Lo acordado no es más que una tregua en una pugna que sigue abierta, un paso en el buen camino como lo ha definido Alemania, el motor de la UE. Ahora toca que los países europeos acuerden una posición común ante las negociaciones. No cabe llamarse a engaño: Trump es un proteccionista y un aislacionista, y estos no son ya los tiempos en los que estadounidenses y europeos eran estrechos aliados. Un frente común europeo resulta imprescindible ante el envite del América, primero de Trump. Miles de puestos de trabajo y la salud de la economía europea peligrarían en caso de guerra comercial.