Tengo para mí, extremeño de frontera, que no es porfía menuda la de ir y venir en tren a Madrid. De ir a Zafra o a Llerena ya ni hablamos. Nogales, ¿sabe alguien dónde está Nogales? ¿Sabe el propio tren acaso que no pasa, que no ha pasado nunca, ni pasará jamás por Nogales? Sombrero calañés, trabuco, manta jerezana, cigarro en la boca,... acodado el bandolero, seco y tuerto, espera que la locomotora le alcance. Fin.

O no. Porque los hay que no renuncian. Un tanto visionarios, algo toreros. Antonio García Salas y la tropa que comanda, por ejemplo. Ejemplo de extremeños, venas que bombean conquistas (a la extremeña, sí), el corazón por delante, ¿santo y seña?, ¡no alienta el desaliento! Fin de la segunda parte.

Otro asunto, asunto turbio por cierto, es el menudeo de los oportunistas. El tren como excusa de partido, de bando, bandería, capilla, capillita. El tren como tapadera, como herramienta marrana en el debate político. Un tren en el que viaja un muerto, pariente de nadie, al que todos quieren heredar. Tramoyistas. Magos del cuento chino. Expertos taimados en taparse las vergüenzas de años de gobierno con el humo del ferrocarril. Por cierto, los mismos que se zamparon el Eje 16 sin encomendarse ni al diablo ni a la virgen. Su discurso facilón causa hartazgo, salvo entre los más simples y sus parientes, los aprendices de nacionalistas, felices de aplaudir -no podía ser de otra manera- simplezas. Se cierra el telón. Fin del tercer acto.

Asoma luego la realidad. Tozuda asoma. Extremadura tiene problemas mayores que ir y venir en tren, más o menos presto de Badajoz a Madrid. Va desnudo el rey y discuten sobre cuán bellos son los ropajes que viste. Tozuda como el paro, tozuda como la subsidiación de casi todo, tozuda como la tierra despoblada, tozuda como los que no han de volver… El mercado es un mecano utilísimo y sabio, pero sin corazón que lo enternezca; y el mercado sabe que al final de esa línea -por la que tanto cacareamos- hay menos gente que en Alcorcón y menos industria que en un barrio de Getafe. Cifras tozudas. Que no sea un AVE para que los jóvenes se larguen más rápido y los turistas vengan a este parque temático del atraso interior a echarnos cacahuetes. Que no sea el tren un tren (avión bis) para señoritos a costa del erario público; que tenga sentido. Y el tren a Badajoz solo se entiende como tren a Lisboa; aquí queda la sugerencia de organizar otra manifestación en la plaza del Marqués de Pombal.

Por si alguno no lo sabe, no hay AVE a Bilbao. Se lo tienen prometido para el 2023. Protestan los vascos. Protestemos nosotros también. Pero sin que la justicia que reclamamos nos turbe el seso. El 18 de noviembre, Dios mediante, estaré en Madrid rugiendo por un tren digno. Un tren de ida y vuelta. Un tren sin azarías, sin bandoleros. Sin embutido rancio, sin paletos de ultratumba. Sin despertar la conmiseración de nadie; ni la pena, ni la media risa del teatrillo de la Extremadura del hambre. Sin que manifestarnos sirva de excusa para colar mercancía de matute. Sin que sirva para olvidar los problemas mayores que asolan Extremadura. Estaré, espero que muchos de ustedes también, no como niños que piden por capricho, sino como hombres que piden porque luego sabrán bien cumplir. Porque la tarea es mucha, porque Extremadura se escribe no con la baba del sablista, sino con el sudor del buen pagador.

¿El final de la historia? Ese lo escriben ustedes.