Filólogo

Durante una temporada utilicé, para desplazarme de Madrid a Cáceres, el Talgo. Todos los viernes padecía un tren quebrantado: un exceso de pasajeros, sin asientos numerados, con las maletas en los pasillos y con horarios irregulares. Solicité en las oficinas de la compañía de la madrileña calle de Alcalá el libro de reclamaciones para quejarme de trato tan borreguil y una iracunda jefa de negociado me espetó que no tenía derecho a quejarme: ésa es la única línea deficitaria de Renfe, me soltó. A juzgar por la queja interminable de los extremeños sobre el tren, de poco sirvió la mía.

Un Talgo que tarda ocho horas en llegar a Mérida, que viene aborregado los fines de semana, que obliga a hacer trasbordo a los viajeros con destino a Barcelona, y que no despacha billetes por la noche, ¿para qué lo queremos?

La gestión del ferrocarril compete a la administración central, pero evitar la humillación y el desprecio a los extremeños es competencia autonómica, por ello no puede considerarse como buena gestión el encogerse de hombros ante este progresivo deterioro. Se echa en falta una eficiente actitud negociadora, conveniada y de concordia que evite que nos releguen al tercermundismo, en tanto fragua el utópico AVE el año 2010.

En casa el tren tampoco chifla: ¿Por qué no se habilita el corredor Cáceres-Mérida y Badajoz-Mérida, con trenes de cercanías rápidos y frecuentes que faciliten a la masa de funcionarios que trabajan en Mérida el desplazamiento que hacen a diario por carreteras manifiestamente mejorables? ¿Hay ocultos monopolios consentidos por la autoridad competente cuya rentabilidad desencadena esa especie de penitencia que nos tiene impuesta Renfe?

El viejo sueño de las buenas comunicaciones y de acercar las ciudades extremeñas seguirá en quimera. Este renqueante progreso siempre obliga a pedir el libro de reclamaciones.